El tiempo se escurre entre los dedos

Como rebeldes granos de arena que se resisten a ser atrapados. Como el agua incontenible de una ola del Mediterráneo. Como tu sospechosa mirada. Así se me escurre el tiempo entre los dedos, y así se acaba un año más.

Parece que fue ayer cuando la Nochevieja del año 2000 la vivía por duplicado, en Badajoz y Elvas. O cuando escuchaba las campanadas que emitía la radio de un coche en la orilla de una playa. O aquel año que las retransmitimos en un restaurante de Londres. O aquella noche que pasamos soñando con el viaje a Estambul. Un año más, un año menos.

El tiempo vuela, y a veces siento que se pierde. Aunque el poeta Manolo García me contradice: Nunca el tiempo es perdido, canta convencido. No lo tengo tan claro. Como diría el poeta, el tiempo que se olvida, ¿sabes tú a dónde va?

Pero el año apura ya sus últimos suspiros y es el momento de hacer balance de lo pasado y acopio de buenas intenciones. Como de esto último no ando sobrado, y ya estoy mayor para engañarme, me centraré en el balance de la anualidad que ahora termina.

2008 ha sido, es aún, un año curioso, especial, de esos que permanecerán en mi memoria para siempre a pesar de los vacíos que me dibuja la noche a menudo. Porque alimenté mi eterna rebeldía y cumplí un sueño y una promesa, saltar al vacío y dejar el trabajo. Entré en un mundo nuevo, desconocido, y conocí entre bambalinas a gente de esa que merece la pena (algo cada vez más difícil, por cierto). Jugué con fuego sin quemarme. Entré varias veces en una clínica en la que a algunos --Ch., B., N., S., M.J y G.-- nos han nombrado socios honorarios. Vi la maldad de cerca y no me pasé al lado oscuro. Resistí los envites y no caí en la tentación de los cantos de sirena. Aprendí a dar abrazos. Soñé entre piedras bimilenarias. Me tambaleé en un karaoke, en el mismo rincón en que S. se daba a la fuga y presumía de silla nueva. Descubrí algunos límites insospechados. Regresé a Melilla, conocí Estambul y viajé a Nueva York y Londres. Volví a Lisboa y repetí en Sesimbra. Hice promesas y muchas las cumplí. No perdí a ningún ser querido. En 2008 aprendí mucho. Y también hice lo que quise.

Y sólo por eso brindo por el año que se va, aunque se me escurra entre los dedos, aunque mi frágil memoria amenace con borrar muchas cosas importantes. Aunque ni siquiera este cuaderno de bitácora recoja las cosas más importantes, ésas que no se pueden --ni se deben-- explicar.

Nostalgia y navidad

Miro atrás y veo. A veces ni siquiera eso. Sólo miro atrás y apenas recuerdo un gesto, una mirada, un perfil. Miro atrás y siento. Amigos que se fueron quedando en la cuneta, y otros que siguen ahí, pero por los que ni siquiera descolgamos el teléfono. Siento nostalgia. Será la puta navidad que nos acecha, o simplemente dos cubatas mal traídos.

Uno es lo que hace. Y lo que deja atrás. En mi caso ambas cosas pesan igual. Y cuando reflexiona y se decide a coger el teléfono, o incluso a escribir un correo electrónico, descubre que algo se remueve en su interior. Muchas ciudades, muchos amigos diferentes. Los del instituto, los de la universidad, los del periodismo, los del teatro... Será la puta navidad, que nos empuja hacia la nostalgia, o será ese chupito de licor de hierbas en la Taberna de Sole.

Una voz amiga al otro lado del teléfono. El email de alguien que creías que ni siquiera te recordaba. La carta sincera de un compañero al que un día cualquiera, sin saber muy bien porqué, dejaste de llamar. Será la navidad, que intenta en vano hacernos mejores personas, o sólo el destello cegador de las luces del belén.

Con el frío, los buenos propósitos. Este año el gimnasio, aprenderé inglés, quedaré a comer una vez al mes con los viejos amigos, ahorraré, seré más cariñoso (hasta puede que por fin aprenda a dar abrazos, Ch.) y no dejaré que los malos pensamientos me invadan. Mentira. Será la navidad, que quiere transformarnos en lo que no somos a base de ingestiones masivas de polvorones y turrón duro. Por cierto, dos alimentos que deben estar tan deliciosos que no nos atrevemos a probarlos en el resto del año.

Pero sea lo que sea, la nostalgia me invade en estas fechas. Entre sueños distingo los rostros de los que yacen para siempre en la oscuridad, y también los de aquellos que quedaron atrás y no volverán a nuestras vidas. Vislumbro nombres, caricias, miradas, sueños olvidados y aventuras que quedan tan lejos como el espectáculo del silencioso amanecer en el desierto de Wadi Rum.

Será la puta navidad, que nos obliga a añorar lo que perdimos, a extrañar lo que alguna vez pudimos tener y a desear lo que jamás será realidad. Cago en la puta...

Viaje a las entrañas


Imágenes, rostros, nombres, calles... Es extraña la sensación de volver al lugar del que uno procede. Allí, en Melilla, el tiempo parece haberse detenido, al menos para mí, aunque muchas cosas han cambiado. El viejo mercado apura sus últimas semanas, la mítica Flor de la India echará el cierre en breve y ya hay más chinos que hindús. Los bares están ahora en el Puerto Deportivo, y una pasarela une el Paseo Marítimo con la Plaza de España.

Pero la esencia permanece, y miles de recuerdos se agolpan en mi cabeza al reconocer cada rincón. Los helados de la Ibense, el parque Hernández, y el parque Lobera, las teterías del Real, el aeropuerto tamaño familiar, las COAs, las paradas de autobús, las fuentes públicas...

Es extraña la sensación de ir por una calle europea, cruzar, y encontrarse, de pronto, en medio de una ciudad africana. Un lugar donde el tiempo se detiene, las religiones se apartan y pase lo que pase, nunca pasa nada (como dicen los melillenses). Un espacio en el que los empresarios se desesperan, donde cruzar la frontera se convierte en una aventura y los amigos permanecen.

Ha sido como volver a las entrañas de uno mismo. Tomar una copa sentados sobre el pick-up de Samuel bajo la atenta mirada del militar que vigila la frontera en el último dique español. Cruzar las puertas del viejo instituto y, esta vez sí, entrar por la zona de los profesores. Ver de cerca la sonrisa de Cilleruelo. Escuchar a Quini relatar sus historias mientras nos invita a merendar aunque, por primera vez, ella no paga. Contar chistes malos. Reir hasta sentir que te duele el estómago. Decir las cosas claras. Ver bailar a Pablo. Preocuparse por los que no están bien. Recuperar gente que uno creía perdida. Asaltar la madrugada una y otra vez, como si fuese la vida en ello.

Demasiadas cosas para tan poca inspiración.

FOTOGRAFÍA: FARO DE MELILLA. J. A. A. (dedicada a S. y O.)

Volver a casa

Y tú, ¿de dónde eres? Esa pregunta, lanzada a bocajarro por cualquier persona que acabe de conocer, tiene la virtud de descolocarme. Porque nunca he tenido claro de dónde es una persona. ¿De donde nace, aunque no guarde recuerdos de ese lugar? ¿Donde pace, aunque extrañe ese vínculo que surge con algunos sitios especiales?

Y tú, ¿de dónde eres? Duda sincera. Poque por circunstancias de la vida he transitado por muchos lugares. Madrid, Málaga, Fuerteventura, Ronda, Melilla, Mérida y Cáceres son las que rápidamente acuden a mi memoria, aunque de muchas de esas ciudades apenas guardo recuerdos dispersos. Una calle, un sonido, un olor, un amigo... ¿Y cual elijo? Si es por nacimiento, Madrid. Si es por el lugar donde vive mi familia, Madrid. Si es por años vividos, Extremadura.

Y tú, ¿de dónde eres? Es que no es tan sencillo. Yo tengo la teoría --como todas, seguramente equivocada-- de que uno es del lugar en el que va al instituto. La elección de la época nos es casual, porque esos son los años --de los 13 a los 18-- en el que uno hace casi todo por primera vez. El primer beso, la primera pelea, el primer corazón roto, la primera gamberrada seria, la primera carrera ante la policía, la primera fuga de casa (aunque dure unos minutos), el primer atraco, los amigos que son para siempre...

Y tú, ¿de dónde eres? Ya lo tengo claro. De Melilla. Mi lugar de las primeras veces. Y ahora regreso 10 años después, como la canción de Los Rodríguez, buscando acabar con esa sensación de orfandad que a veces tenemos los que somos de todas partes, los que no somos de ningún lugar.

FOTOGRAFÍA: Faro de Melilla

A veces


A veces las cosas más importantes dejan de tener sentido. A veces uno descubre que hace demasiadas tonterías. A veces lo que era bueno se vuelve malo. A veces lo más extraño se convierte en cotidiano. A veces uno se despierta sabiendo que debe cambiar. A veces uno mira por la ventana y no ve nada. A veces uno extraña lo que nunca ha tenido. A veces uno recuerda lo que nunca ha sucedido. A veces uno saborea con disfrute el regusto amargo de la derrota. A veces uno piensa que hay muchas cosas que no merecen la pena. A veces.

FOTOGRAFÍA: Lisboa desde el 'castelo'. J. A. A.

Un hombre sin fe

Soy un hombre sin fe. El más allá, para mí, muerte, oscuridad y silencio. El ser humano, un producto de la casualidad y la naturaleza. El destino, un juego del azar. El futuro, la nada. El ayer, un recuerdo moldeable. La muerte de un ser querido... el vacío.

Soy un hombre sin fe. Y envidio a los que tienen ese don. Ellos tienen esperanzas en la otra vida, en la resurrección (aunque cada religión la llame de una manera), en que todo ocurre por alguna razón. Pero para mi desgracia, yo no soy así. Lo extraño es que lo era. Hasta que un día, sin saber muy bien porqué, la bendición de la fe me abandonó. Serán unos días, pensé. Ya volverá, ya volverá, me decía persistente. Pero nunca regresó y me quedé como la Penélope de Serrat, sentado en la estación esperando a que volviese aquel que me dejó.

Soy un hombre sin fe. No creo en Dios, ni en la bondad del ser humano, ni en aquellas cosas que son para siempre, ni en las verdades absolutas, ni en el fanatismo, ni en los gobiernos eclesiásticos, ni en los políticos. Últimamente, y cada vez más, tiendo a pensar que únicamente creo en los amigos. Porque en realidad hay muy poca gente.

Porque las cosas cambian...

Y no estamos aquí de visita. Esa frase de una canción me viene hoy al pelo para confirmar lo que ya venía barruntando desde que hace unos días abandoné el III Congreso Internacional de Nuevo Periodismo, celebrado en Cáceres. La primera conclusión, como dice la vainilla, es que el periodismo lo hacen los periodistas. Yo iría más allá y diría que en realidad sólo lo hacen los buenos periodistas (que aplican el rigor, el contraste y la honestidad en su trabajo), pero ésa es otra historia que contaré en otro momento.

La segunda conclusión, que las cosas cambian y que el periodismo tradicional ya no vale como antes. Un ejemplo. Esta mañana me he acercado a los kioskos. He observado las portadas de los periódicos. Y me he dicho: Esto es absurdo. Porque ¿quién querría leer una información hablando de quién ganará las elecciones americanas cuando ya conocemos el resultado? ¿Y qué ha pasado? Que el que ha querido informarse lo ha hecho por internet o por la radio, e incluso algún excéntrico por la televisión.

Y yo, un defensor a ultranza del periodismo de papel, al que le gusta ver cómo la tinta deja un rastro en mis dedos, me he encontrado, de pronto, con que a primera hora de la mañana los periódicos ya eran algo viejo, inútil.

He recordado lo que escuchaba a alguno de los 'gurús' del congreso: Da igual el soporte en que se haga, lo que importa es hacer buen periodismo. Sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con un periodista. El periodismo ha cambiado. Porque las cosas cambian...

A contraluz


Mirar el horizonte y no ver más allá. Soñar y no entender. Intentar y no poder. Caminar y no llegar. Sentarse y no escribir. Llamar y no encontrar respuestas. Sentir sin comprender. Gritar sin nadie que te escuche. Llorar sin lágrimas. Sentarse ante el folio blanco y que no pase nada. Cerrar los ojos y sentir la llamada del pasado más fuerte que nunca. Beber y emborracharse hasta perder el sentido. Una y otra vez.

Impotencia. Dolor inexplicable. Falsas euforias pasajeras. Pensar, una vez más, que a lo mejor uno no es lo que creía, ni siquiera lo que los otros creían... que tras la fachada no hay nada, sólo el vacío. Mirar la vida a contraluz y no ver nada.

El dinero fluye sin parar

Los titulares de prensa me abruman. Que si la Reserva Federal estadounidense 'inyecta' en el sistema financiero ahora 50.000 y ahora 70.000 milllones de euros. Que si el Banco Central Europeo otros 70.000. Que si el Gobierno español aporta 50.000 millones para comprar 'activos sanos' de los bancos...

No sé si yo me estoy volviendo loco, pero todo esto me supera. Y el único comentario lógico al respecto se lo he escuchado al presidente extremeño. Guillermo Fernández Vara se mostraba hace unos días sorprendido de la cantidad de dinero que han puesto los gobiernos sobre la mesa, y se preguntaba por qué sólo aparecen esas cantidades cuando se trata de salvar bancos.

Sí, sí. Porque esto sí que es una crisis... y no lo que está pasando en África, donde niños y mayores mueren de hambre sin que el denominado primer mundo haga más que enviarles paquetes de comida caducada. Esto sí que es una crisis... y no lo que ocurre en el sector de la investigación, donde los científicos investigan sin éxito cómo vencer al cáncer y al sida. ¿Se imaginan un proyecto científico dotado con 240.000 millones de euros? ¿O una inversión por este montante en África?

Pero la teoría está clara. El dinero es de unos y cambia de manos, pero muy poquito. No vaya a ser que al final nos demos cuenta de que los únicos que mandan en este mundo, muy por encima de los políticos, son los bancos. ¡Mierda de mundo!

La felicidad cotidiana (o los deberes que me pone la vainilla)

Más vale tarde que nunca, así que hoy he decidido cumplir con los deberes que me ha puesto la vainilla... aunque la verdad es que no sé muy bien qué es eso de un 'meme'. Pero bueno, aquí estoy. Y debo decir qué cosas son las que me hacen feliz (o lo más parecido que exista) un día cualquiera.

Despertarme sin que suene el maldito despertador.

Ronronear entre las sábanas.

Abrir los ojos y ver que no estoy solo.

Disfrutar de una tostada con jamón en buena compañía.

Leer una página de un buen libro.

Escuchar la risa sincera de quien siempre me acompaña.

Cerrar los ojos y soñar que algún día seré capaz de escribir un libro.

Ver las fotos de los viajes (y del largo verano).

Pasar un rato leyendo los blogs amigos.

La llamada inesperada de algún amigo sólo para saludar.

Dar un salto al vacío y estar orgulloso de hacerlo.

Desconcertar con mi silencio a gente que no me gusta.

Tener tiempo y espacio para mí.

Una buena cerveza con buena gente alrededor.



Una buena cerveza con la playa enfrente.


Ver la cara de R. cuando habla de su hija.

FOTOGRAFÍA: Sesimbra al atardecer. JAA

Salto al vacío

Saltar al vacío. Avanzar sin mirar atrás. Soñar que las cosas no siempre son así, porque podrían ser de otra manera. Pensar que el mejor momento es siempre el presente, que el pasado es apenas un lejano recuerdo sin sentido. Olvidar. Cometer los mismos errores una y otra vez.



Saltar al vacío. Asomarse con incertidumbre al precipicio. Descubrir que hay menos gente, o más, de la que uno imaginaba. Apartar el miedo de un manotazo para encerrarlo en un cuarto oscuro del que no podrá salir.

Saltar al vacío. Dar un paso al frente. Dejar atrás. Abrir mucho los ojos. Respirar hondo. Y saltar.

Ya se apagan los ecos


Aún resuenan los ecos de las últimas notas lanzadas al viento por el batería de Lagartiga Nick. La última canción del maestro Enrique Morente. La belleza de 'Volver' en la prodigiosa voz de Estrella. Pero ya son sólo eso, ecos, vestigios de algo que ya terminó y que únicamente pervive en la memoria, en nuestra frágil memoria.

Y dentro de poco, además, cada uno tomará su camino, y el verano que ahora se nos escurre entre los dedos no será más que un bello recuerdo. Eso sí, seguramente inolvidable.

Pero la vida es así. Rápida, ágil y poco romántica, capaz de atropellarte sin preguntar, de avanzar sin importarle lo que quede atrás. Aunque, como dijo alguien algún día, las cosas más bellas lo son porque siempre eres consciente de que no durarán para siempre.

Dos meses… toda una vida


Dejar que las palabras fluyan sin pensar.


Un ghetto que lucha por sobrevivir en un mundo de tiburones desdentados. Una olvidada heroína de las tablas que, por fin, recibe un merecido homenaje. Nuria Espert asomando tras una esquina convertida en Margarita Xirgu. Su sonrisa agradecida por una copa de vino blanco. Tardes que se hacen noches y noches que alcanzan el amanecer pasando de puntillas por la madrugada. Una huérfana silla de jardín secuestrada al amparo de la oscuridad. Una mujer a la que le gusta la vainilla. El chikilicuatre de Mérida. El machaca. El hijo de siete putas. Los dardos interminables. Broncas a la luz de la luna en un jardín que en ocasiones ya no es el paraíso que debiera. Asomarse unos segundos al balcón del abismo de la mano de Pepe Sancho. Encadena, clava, remacha, ¡GOLPEA! Gente que cae al agua sin bañador. Descubrir al payaso poeta, y al gran hombre que esconde tras la fachada. Sit down, manolito. Leyendas urbanas clavadas sin compasión. Hoy nos chumamos, ¿no?. Resacas asesinas, y otras que pasan de largo. Las uñas sin cortar. Lágrimas de alcohol. Las cuquis rápidas que esquivan los golpes, no como esas de antes, pachonas, que se aplastaban sin problema. El caniche que huye de las cuquis. Personas ‘non gratas’ en un karaoke. Pinocho fue a pescar. Un rap inolvidable improvisado junto a una piscina. Un imitador incomparable. Una mujer que vive en el medio del medio del medio de Badajoz. Edipo… ¡criminal! Desdichadooooo. Empezar porque sí ante un micrófono asustado. Sacar la lengua para chupar un corcho que flota en un vaso de vino. Sois unos cabrones. ¡¡¡AVALANCHAAAA!!! La risa sincera de un becario que ya no es simplemente un becario. El ‘machine’. Partidos de tenis que dan para mucho. Los chistes malos de Noelia. Las miradas transparentes de Belén. Los York declamando a media mañana en un ensayo improvisado. Inolvidable noche solitaria entre las piedras. Nostalgia de lo que aún no se ha perdido. Los abrazos sinceros, las miradas que hablan, las cosas que nunca mueren... Cambiar para que lo importante permanezca. Amistades de esas que duran para toda la vida. Saber que todo lo pasado no es más que el prólogo de un libro aún por escribir.

PD. ¿Vamos a la Cruzada? ¿Y al Alcandoria?

'Sinpa' en El Bulli


¿Quién no ha fantaseado, aunque sea una sola vez, con marcharse sin pagar de algún sitio? Sí, no disimulen. En ese restaurante en el que la factura es el doble de la que imaginábamos. O en ese bar de copas de a 12 euros el cubata. O en ese bar en el que ha estado media hora esperando a que alguien le cobrase. Pues todo lo que hubiesen soñado se ha quedado corto con lo de Pascal Henry.
Por si alguien aún no conoce la historia, se la cuento. El colega este es un crítico gastronómico suizo que estaba inmerso en un macroproyecto para escribir un libro sobre los mejores restaurantes del mundo. Y en éstas se encontraba cuando una noche se plantó en 'El Bulli' (el de Ferrán Adriá) y después de cenar --cerca de 300 euros de factura-- se puso a hablar con la gente del restaurante. "Un segundo, que voy al coche a por unas tarjetas para que me puedan mandar un email". "Perfecto, aquí le esperamos". Y nunca más se supo.
La Guardia Civil lleva más de un mes buscando a este suizo, que debe tener la cara de hormigón armado. Pero lo mejor de la historia es el desenlace. Hace unos días la Benemérita anuncia una nueva batida por la zona del restaurante para encontrar alguna pista... se supone que del secuestro o el asesinato del jeta. Y horas después se hace público que la Interpol ya había avisado días antes de que Pascal Henry estaba tranquilamente en Suiza, brindando a la salud de Ferrán Adriá. Pero claro, el enlace español de la Interpol no estaba en su despacho y el ordenador debió contestar con un hispano 'vuelva usted mañana'.
Al final ya saben dónde está, y ahora está por ver si al final paga la factura o si acaba convirtiéndose en ídolo de masas. Yo, por si acaso, ya he reservado en 'El Bulli' y he preparado un minucioso plan de fuga. Porque a mí un suizo no me gana a vividor. Digo.

EEUU arrasa a China... y en Georgia, miles de muertos

Abro la página web de un gran periódico nacional y me encuentro un titular que me estremece: "EEUU arrasa a China". Y algo se estremece en mi interior. Ha llegado, la tercera guerra mundial (o la cuarta, porque no tengo claro por la que vamos) ya está aquí. Y justo cuando estoy recogiendo la ropa para esconderme en mi bunker descubro que estoy en un error. Porca miseria. Se trata de una crónica deportiva que narra la victoria estadounidense ante China.
Un poco más abajo, en letra pequeñita, encuentro otro titular que me llama la atención. Prosiguen los enfrentamientos de Rusia y Georgia. Miles de bajas civiles. No pasa nada, pienso. Será que los equipos de lucha libre de estos países se han encontrado en Beijing. Y lo de las bajas civiles...pues creo que son mujeres chiquititas que no son militares. Vamos, que me imagino a miles de chinitas paseando por la ciudad.


Pero de nuevo me equivoco. Ahora sí que se trata de una guerra. Y no como esas que ignoramos fácilmente en África o en Oriente Medio simplemente porque no salen en la tele. Ésta está aquí al lado, en plena Europa.
Miles de bajas civiles en Georgia. Y un periódico se atreve a hablar de la preocupación que existe en Occidente porque en esa zona hay muchos oleoductos y podría volver a subir el precio del petróleo. Miles de muertos en Georgia. Y la foto de portada es la de un modesto ciclista español que ha ganado una medalla en las Olimpiadas. Miles de muertos en Georgia. Pero hay espacio, y mucho, para contar la historia del que ya es el 'sinpa' más famoso de la historia, el del crítico gastronómico suizo en el 'bulli' (o como se escriba). Miles de muertos en Georgia.

Y los políticos, esos líderes internacionales que mandan en nuestras vidas, en Beijing, disfrutando del espectáculo deportivo, que para eso cobran. Total, ¿a quién coño le importa lo que pase en Georgia? ¿O en Afganistán? ¿O en Angola? Total, no tengo ningún amigo allí... .
Por eso estos días estoy pegado a la tele, esperando una manifestación de artistas e intelectuales españoles contra la guerra del Caúcaso y exigiendo que alguien pare la matanza. Yo salí a la calle contra la guerra de Irak y saldría de nuevo contra la del Caúcaso. Porque allí, aunque no lo parezca, también muere la gente.

O le puedes o te puede


O le puedes o te puede. Fueron apenas 4, 5 segundos. Una visión. Una sensación indescriptible. Pasan pocos minutos de las once de la noche. El teatro romano casi repleto. Ceres sobre nuestras cabezas. Un rumor de fondo. El público, ansioso, que espera que comience la función. La voz de Pepe Sancho. "O ganas o te gana". El teatro, amigo o enemigo. La historia milenaria. El vello de punta. El corazón acelerado. Entender de pronto tantas cosas. Compartir sin tener que hablar. Apenas 4, 5 segundos. "O ganas o te gana". Porque aquí no valen los empates. Gracias, Pepe.

De odios y simpatías

El suplemento dominical del diario El Mundo publicaba este fin de semana una encuesta sobre los 20 personajes más queridos y odiados por los españoles. El resultado es, cuando menos, decepcionante, y dice mucho --quizás demasiado-- de este país.

En corazón de los españoles el mayor hueco está reservado a Iker Casillas, el portero que inundó el país de ilusión en la última Eurocopa. Junto a él comparten la lista de los más queridos otros cinco deportistas, los reyes y el príncipe, Zapatero y Rajoy, y artistas como Plácido Domingo, Montserrat Caballé, Concha Velasco, Manolo Escobar, Almodóvar y Belén Rueda. Completan la clasificación José Tomas, Ferrán Adriá... y el padre Vicente Ferrer, que se asoma en el puesto 19.


Es decir. Que los españoles valoramos más a futbolistas millonarios, a reyes y príncipes nombrados a dedo por 'la gracia de Dios', a actores, cantantes y hasta a políticos (no se puede caer más bajo). Y tras ellos dejamos a Vicente Ferrer, un hombre que ha dedicado su vida a ayudar a los más desfavorecidos; que se ha sacrificado por los demás hasta lo indecible; y cuyo único sueño es acabar con las desigualdades que, cada día más, se producen en el mundo.

Pero claro. ¿Qué es todo eso comparado con un hombre que cada verano no saluda con cariño desde el yate que nosotros mismos pagamos? ¿O con esos deportistas que trabajan sin descanso tres o cuatro horas diarias a cambio de apenas 6 ó 7 millones de euros al año? ¡Qué pena de país!

Gran Vía, 54

El semáforo, caprichoso, se pone en rojo. El coche se detiene lentamente entre el bullicio de la ciudad. Miro a la derecha y lo encuentro. Gran Vía, 54. El portal parece mirarme, retarme, mientras algo ocurre dentro de mí. Decenas, centenares de recuerdos se agolpan y amenazan con renacer sin ni siquiera pedir permiso. Gran Vía, 54. Mi mente comienza a viajar por peligrosos caminos transitados por un pasado hasta ahora enterrado en los recovecos de la memoria.

Gran Vía, 54. Una mirada inocente. Un encuentro casual. Una amistad peligrosa. Un sueño sin cumplir. Unas vidas paralelas condenadas a no cruzarse jamás. Caprichos crueles del destino. Cosas que ocurren aunque nunca llegan a suceder. Manos turbias. Labios silenciosos que prefieren callar a tratar de explicar lo inexplicable. Huida cobarde amparada por la noche. Vacío. Una imagen que persigue. Gran Vía, 54.

El coche arranca suavemente y vuelvo al presente. ¿Qué me ha pasado?, reflexiono inocente. Es el pasado, me contesto. Porque por mucho que uno corra su pasado siempre le alcanza.

La sonrisa de un niño

Niños que pierden la inocencia. Que no sonríen, ni juegan. Niños que han visto demasiado. Niños, en fin, a los que el destino ya les ha quitado más de lo que les podrá devolver en toda una vida.

Fotos que cuentan más de lo que sugieren. Dos hermanos en el corazón de los Balcanes, en un poblado de Kosovo. Observan curiosos. Fijamente. Fríamente incluso. Pero no sonríen. Nunca.

Amigos mutilados por las bombas. Noches de infancia en vela. Padres y madres enterrados. Odios enconados. Perspectivas sombrías de futuro. Miedo. Hermanos mayores que nunca volverán.

Eran 'Las troyanas', de Eurípides. Y también la guerra de los Balcanes. Y es Irak. Y es Afganistán. Y será Irán. Y tantos otros. Es la condición humana. Atacar y destruir. Lo hicieron los moros con los cristianos, los cristianos con los moros, los romanos con los egipcios, los hutus con los tutsis...

La guerra, siempre la maldita guerra. Hombres poderosos reunidos en torno a una mesa que deciden sobre la vida y la muerte. ¡Qué más da!, pensarán. Todo es cuestión de dinero, asegurarán. Y es que en un mundo en el que la muerte se ha convertido en un negocio, a nadie le importa ya la sonrisa de un niño, el dolor de una madre o el vacío de una ausencia.
La guerra, siempre la maldita guerra. Porque sí que importa la sonrisa de esos niños. Porque cada ausencia es una herida sin cicatrizar. Porque aún hay días en que recuerdo la tumba de ese niño en un rincón olvidado de un valle kosovar y me dan ganas de llorar. Porque como dijo alguien alguna vez, en mi vida he encontrado muchas causas por las que merece la pena morir, pero ninguna por la que merezca la pena matar. Porque no existen las armas inteligentes. Porque hablar de víctimas colaterales es insultar a la humanidad. Porque cada vez que veo una versión de 'Las troyanas' recuerdo que no hemos cambiado nada. Porque cuando ví el montaje de Samarkanda se me saltaron las lágrimas. Por eso, yo lo tengo claro. NO A LA GUERRA. SÍ A LA VIDA
Fotografías. Reportaje gráfico de Pablo Sarompas en Kosovo

De fútbol, banderas y espíritu nacional



No sé si se habían enterado, pero España ha ganado la Eurocopa de fútbol. Aunque si no se habían enterado, seguro que se han sorprendido ante la maraña de banderas de España que en las últimas semana ha inundado las calles de nuestro país. Por primera vez, todos a una. Desde Ponferrada al Cabo de Gata, desde Melilla a Bilbao. Todos a una, empujando a la selección. Gente que hacía años que no veía un partido de fútbol aclama ahora la figura de Luis Aragonés, el juego fino de Andrés Iniesta o la inteligencia de Xavi. Y, por supuesto, a Iker Casillas, que se ha convertido en héroe nacional.

Como no podía ser de otra forma, los políticos se han subido al carro. Que si esto demuestra la existencia de un espíritu nacional, que si el triunfo de España es la demostracion de nuestro crecimiento y evolución como país... vamos, las gilipolleces de siempre. Porque entonces esto querría decir que si Torres no hubiese acertado ante el portero alemán y el árbitro nos hubiese pitado un penalty en contra, seríamos peores como país. O que los alemanes ahora son una panda de desgraciados, sin futuro como nación y una economía en declive sólo porque Ballack tuvo un mal día.

En fin. Que dentro de una semana las banderas volverán a sus armarios (a menos que nos vaya bien en las Olimpiadas de Pekín), Fernando Torres estará tumbado tranquilamente en la playa, Luis Aragonés estará jarto de comer kebap y cada español volverá a tirar para su lado. Vamos, que la Eurocopa no ha sido más que un espejismo de felicidad, un oasis de alegría en mitad de una crisis que amenaza con torcernos la sonrisa.

Así que confiemos en que Rafa Nadal (mañana) y la selección de baloncesto (en las Olimpiadas) nos vuelvan a hacer reir y nos permitan olvidarnos de que el paro no deja de subir, el puto euríbor amenaza con asfixiarnos y la gasolina es más cara que el coche. ¡Viva España!

Todos a la clínica




Una reunión alrededor de una piscina. Unos amigos. Una niña. Una presencia inoportuna. Mucho calor. Unas cervezas. Sangría. Un canuto. Muchas risas. Conversaciones nubladas por el alcohol. Una pareja de artistas en ciernes improvisando un extraño rap. La canción de Pinocho en manos de un virtuoso de la guitarra. Un karaoke. Cantos regionales. Exaltación de la amistad. Más cervezas. Un 'mamarracho' canta, aseguran. Paso a los vasos largos. Uno que se duerme al borde de la piscina. Dos que sin saberlo le buscan por el campo. Hielo y Brugal. Abrazos desaforados. Planes secretos que se cuentan. Libros no escritos que se hacen palabra. Todos amigos, todos juntos, unidos por un sueño. Una familia. Más copas. Niebla en la memoria. Pequeña (muy pequeña) resaca. Sentimiento de vacío, de tiempo perdido. Y, de nuevo, todos a la clínica. Vuelta a empezar.

La vida es algo más sencillo

Los seres humanos no damos para más. Somos tan simples que complicamos lo sencillo hasta que ya no lo entendemos. Por eso, pervertimos los sentimientos más nobles y primarios. Por eso, olvidamos los cimientos cuando alcanzamos la cumbre.
Y es así como logramos hacer del amor una maldición, de la amistad un holding de oscuros intereses y del trabajo una esclavitud.
Pero todo es mucho más simple. Vive y deja vivir. Ama. Respeta. Trabaja sin molestar a los demás. Aprovecha las oportunidades que te surjan sin tener que pisar a nadie. Y siempre que puedas avanza en línea recta. No como los de la imagen


Fotografía: Haight/Ashbury street. San Francisco. JAA

La reflexión absurda del día

Un mierda

Una mujer que ama a tumba abierta

Un mal guión para una película de final incierto.

Los viajes que no hice


El tiempo se me escurre entre los dedos. Tic tac. Veloz, insondable…inmisericorde. Tic tac. Cada día tiene 24 horas, 1.440 minutos, 86.400 segundos…nada. Tic tac. Un verano se apila sobre el anterior cuando aún no hemos tenido tiempo de saborear el otoño y degustar la primavera. Tic tac. Un verano tras otro, un feliz cumpleaños que adelanta a otra Navidad sin poner intermitente. Tic tac.
Y el tiempo perdido, el muy cabrón, se consume, desaparece sin dejar rastro tras de sí. Sólo la sensación de que la vida es demasiado corta. No hay tiempo para leer todos los libros que merecen la pena. Ni para conocer la gente por la que uno moriría. Ni siquiera para viajar hasta los rincones que nos esperan.

En la extraña memoria de aquellos viajes que aún no hice, como diría Olga, se dibujan los perfiles de Buenos Aires, la noche berlinesa, la luz de los fiordos, la vida en Australia, la magia de la India de la mano de Preethi Nair. Demasiadas cosas y tan poco tiempo.


Un segundo tras otro, tic tac… quizás por eso nunca llevo reloj. Y por eso quizás viajo en busca de esos rincones en los que el tiempo se detiene. No vaya a ser que me acuerde del tiempo que se me escapa y ya nunca volverá.



Fotografía: La cisterna de Yerebatan, en Estambul (JAA)

El lugar donde los sueños son más que sueños

Es tarde. La música me acuna y me lleva a rincones olvidados de mi alma. Las notas de 'straight time', de Bruce Springteen, me conducen sigilosas a ese extraño lugar en el que los sueños son más que sueños. A un lugar más allá del aquí y el ahora, del mí y del tú, muy lejos del nosotros. Un mundo en el que nadie es real, donde sólo habitan mis recuerdos.


Y ahí está ese niño que corre por la parte vieja de Melilla, que salta desde los acantilados esperando con ansia sentir el choque del agua en su rostro. Y ahí está ese niño descubriendo, un libro tras otro, que la vida es más que una vida. Porque al final uno no es más que lo que deja tras de sí. Y el niño sigue corriendo y jugando. Ahora se sienta a descansar y contempla el atardecer madrileño desde el Templo de Debod. Al fondo la banda sonora de 'Los niños del coro' ha tomado el relevo del 'Boss'. Es un niño, sólo eso.

Pero de pronto algo pasa que le rompe el alma y la inocencia. Frente a él otro niño, igual que él, aunque más sucio y desaliñado, y algo más oscuro de piel, se lanza dentro de un cubo de basura. Pronto descubre que ese pequeño que podía ser él busca comida entre los restos. Y él, que hasta entonces no era más que un niño feliz y despreocupado, descubre que, en realidad, el mundo es una mierda. Y se le parte la niñez por la mitad.

Abro los ojos al son de una canción de Norah Jones y lloro. Por aquel niño que murió cuando aún era demasiado pronto. Por aquel pequeño que me abandonó dentro de un cubo de basura de la cuesta de Cabrerizas.

Inventario contra la desilusión


Con la cabeza aún abotargada por una comida prolongada hasta la madrugada, acometo la difícil tarea de estar a la altura. A la altura de una persona que me recuerda que además de ese pesimismo que siempre me acompaña --y que me llevaba a decir que la vida es "una mierda extraña" en la que siempre falta algo--, hay otra cara. La alegre. La de esas pequeñas o grandes cosas que hacen que merezca la pena seguir adelante. Por eso, me he puesto manos a la obra y he reflexionado sobre qué me hace sonreir. Soy poco original, así que os he copiado el nombre, chicas, y éste es mi INVENTARIO CONTRA LA DESILUSIÓN.

Tus ojos de avellana y tu sonrisa. El recuerdo de las olas del mar. Saber que la familia está bien. Una buena carne. Un buen libro. Melilla, siempre Melilla. Tres amigos sobre el resto. Ser capaz de dejarlo todo y seguir adelante sin mirar atrás. Saber que aún tengo mucho por hacer y, sobre todo, mucho por aprender. Soñar que algún día escribiré un libro. Tres meses 'sabáticos'. La sorpresa de conocer a una persona como G. justo cuando creo que ya puedo comprenderla. El chocolate y la leche condensada. Los desayunos con los compañeros en el bar de las 'amiguitas' marrones. Saber que algún día veré pasar el cadáver del minotauro por delante de mí. Un poema de Pedro Salinas. Un almuerzo que se convierte casi en desayuno. Una resaca bien llevada. Imaginar el rostro de Diana cuando se asome al mundo. Ser honesto en el trabajo, sea el que sea. Seguir siendo un poco 'tocagüevos'. Un cubata en la compañía adecuada. Este blog.

Una mierda extraña

La vida es una cosa extraña. Uno nace, crece, se independiza... y comienza a dar vueltas buscando su lugar. Una y otra vez cree que lo ha encontrado, pero siempre falta algo. El rumor del mar meciendo la noche. Una cara amiga. Tu librería favorita. El olor de esa especia que nunca has olvidado. El bullicio de una calle. El trabajo con el que siempre soñaste y que persigues sin acabar de hallarlo, quizás porque no existe. Aquel rostro de mujer que nunca pudiste olvidar. Elige tu respuesta y recuerda: Esta búsqueda sólo acaba cuando llega la oscuridad. Es una mierda, es cierto. Pero la vida es así. Una mierda, pero una mierda extraña.

El minotauro ataca de nuevo


Tras unos días aparcado en el burladero, se asoma entre las sombras. Cobarde, asustado, elige a su víctima. Aquella que ese día esté más desvalida, más sensible, más insegura. Allí, al fondo, la ve, es una cigüeña distraída en sus pensamientos, ocupada por el trabajo de construcción de su nido. Mira a un lado y a otro. El minotauro se siente seguro... y cornea. Primero da un giro rápido de cuello, apenas un rasguño en un muslo inmaculado. Da un paso atrás para observar su obra. Comprueba la fortaleza de su víctima. Ve unos bellos ojos enrojecidos que no pueden esconder la herida abierta... y embiste de nuevo. Una y otra vez. Su víctima es lanzada por los aires, una ofensa tras otras, la femoral casi abierta... y el minotauro decide dejarlo por hoy, no acabar con ella de momento. Pero volverá. Porque los minotauros siempre vuelven.

Solidaridad

Me ha llegado esta petición de ayuda que no me resisto a repetir.

"Si conoces a alguien en Sevilla que pudiera tener el grupo sanguíneo AB
y esté dispuesto a donar sangre, dilo. En el hospital de FREMAP SEVILLA
hay un chiquitín de dos años ingresado con leucemia que necesita
urgentemente unos 15 donantes. Por favor reenvía este correo a quien
conozcas. Si encuentras a alguien, puede ponerse en contacto con el
padre, Miguel, en el 625 66 99 33.

Maria Nieves Martínez y Merino Inspectora Médico Inspección de
Servicios Sanitarios Consejería de Salud - Cádiz
mnieves.martinez@juntadeandalucia.es"

De huelgas y derechos

La huelga de transporte de estos días me ha devuelto a una vieja reflexión. Yo, que siempre he apoyado el derecho a la huelga de los trabajadores, no puedo entender que en un país que se considera moderno se permita que el derecho a la huelga de unos pocos prevalezca sobre el derecho al trabajo de unos muchos. Que se formen grupos armados (denominados piquetes) que amenacen, extorsionen y agredan impunemente, y aquí nunca pase nada. Que un camionero autónomo que haya decidido ir a trabajar, porque no puede permitirse perder ese dinero que necesita para pagar la hipoteca, no pueda hacerlo. Y que aquí, como siempre, no pase nada. Así nos va.

"Me han tocado los euromillones..."

"Me han tocado los euromillones. Busco chica que no sea superficial". Página 2 del suplemento EP3, de El País, el viernes, 6 de junio de 2008. Sección, 'punto de encuentro'. Último mensaje

Monterroso y su dinosaurio estarían orgullosos del anónimo autor de este texto, capaz de transmitir tanto en tan pocas palabras.

El dinero no da la felicidad. Hay que ver más allá de la cuenta corriente. Necesito cariño... y tantas cosas más que se sugieren en apenas 23 sílabas.

Esto me lleva a varias reflexiones. La primera, que aunque me gustaría creer en la veracidad del anuncio estoy convencido de que es falso, y no me pregunten por qué. La segunda, que los nuevos poetas de lo conciso son esos que asaltan las seudotertulias de la tele a golpe de móvil, en ocasiones llegando a derrumbar los argumentos de los sesudos tertulianos. Un ejemplo. El pasado sábado en La Noria debatían sobre la maldad de Jiménez Losantos (que no seré yo quien niegue) mientras en la parte inferior de la pantalla muchos televidentes defendían y elogiaban al locutor de la Cope. Y muchos de esos mensajes expresaban en pocas letras (y con muchas erratas) lo que los contertulios tardaban horas en explicar.

Y es que, al igual que nuestros jóvenes, el lenguaje está cambiando. Y ahora los que triunfan son los poetas de lo conciso

Sueños y amistades

Dicen que los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano.
Dicen que el amigo es aquel al que uno llama para contarle sus problemas aunque lleve meses sin descolgar el teléfono para saludarle.
Dicen que un amigo es aquel que siempre está dispuesto a escucharnos.
Dicen que la amistad es algo tan hermoso que no puede explicarse con palabras.
Dicen que un amigo es el que nos ayuda sin esperar jamás nada a cambio.
Pero creo que, en realidad, el problema es que a veces el lenguaje se queda corto para explicar sentimientos tan complejos como el de la amistad
Ése que hace que si un amigo tiene un problema tú no puedas descansar
Ése por el que a un amigo lo sientes como a un hermano
Ése en el que los sueños acaban siendo compartidos
Y es que quien tiene un amigo puede considerarse afortunado
Y yo me siento así
Gracias

La curtura me perzige, pero llo zoy má rápio

Esta pintada, u otra parecida, ilustraba no hace mucho una calle de la capital extremeña. Nunca llegué a entender la intención del que se tomó la molestia de dibujarla, pero hoy, por fin, lo he comprendido. Y ha sido gracias al minotauro, ese monstruo que ataca, lucha, se revuelve, contra la lógica y el mundo mientras el resto, los normales, se ven obligados a esquivar sus mortales cornadas. Por eso, lo que espero es que un día la cultura alcance de lleno al minotauro y entienda, al menos por un rato, lo que significa ser una persona normal.

"Yo no busco, encuentro"


El gran Pablo Picasso lo dijo un día, como quien dice cualquier cosa, sin darse cuenta de que esta simple frase podría convertirse en el lema vital de mucha gente. "Yo no busco, encuentro". Porque a veces el lenguaje nos ofrece salidas cobardes para justificar nuestra propia debilidad. Porque las cosas no hay que intentarlas, sino hacerlas. Porque el triunfo no llega, se consigue. Porque los sueños no se persiguen. Simplemente, se cumplen.

Una nueva voz

Gritar en silencio y que nadie te escuche. Murmurar a gritos como rugen las olas del mar. Soñar que nada está perdido, que la esperanza es algo más que una ilusión. Despertar un día, sin saber muy bien por qué, y descubrir que hay algo más allá de la simple realidad. Navegar sin barreras en almas hasta ahora acorazadas. Descubrir unas voces que todos oyen pero nadie escucha. Una nueva vida. Una nueva voz. Un destino por dibujar. Sin mentiras. Sin caretas. A corazón abierto.