Los reyes del mundo

Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar no olvides que soy distinto de ayer pero casi igual... La letra de Andrés Calamaro retumba desde hace semanas en mi cabeza. Diez años, una década nada menos. Un periodo tras el cual el reencuentro es casi una aventura, un salto al vacío.

Pero hay cosas más fuertes que el olvido. Sí, pasaron diez años, más en algunos casos. Pero allí estábamos, escuchando la música de Álvaro en La flauta mágica, como si el tiempo no hubiera pasado. Como si apenas hubiese pasado una semana desde la última vez que saltamos al ritmo de La Malagueta o aullamos con el rock del lobo. Pero el calendario no engaña. Más de diez años.

Y allí, entre copas y chupitos de extraños colores, todo era normal, natural, incluso demasiado. Gente nueva y muchas caras conocidas, como cada noche de finales de los 90.

Fue sólo el principio. En una cena memorable, de esas que se incorporan a la memoria colectiva, cada rostro que asomaba por la puerta era una alegría. Coño, Micki. Cojones, si es Roberto... y así una y otra vez. Y el tiempo pareció plegarse sólo para nosotros, y nos hizo sentir que diez años no son nada; que siguen siendo más cosas las que nos unen que las que nos separan; que con una cerveza en la mano seguimos siendo los reyes del mundo. Olé por nosotros.