Mirada llenita de ayer

Esta mañana te he mirado con los ojos llenitos de ayer. He visto tus ojos marrones en la playa que un día paseamos. He escuchado tu voz, tan lejana. He oido cómo me contabas lo que te gusta el chocolate. Y, con los ojos llenitos de ayer, te he sentido junto a mí.


He escuchado las olas del mar que un día nos arropó y nos llevó hasta el amanecer. He soñado con aquel rincón sin luz en el que nos conocimos. Y he olido aquellas castañas que compartíamos. Con los ojos llenitos de ayer.

Pero donde estuviste, sólo queda el vacío. Donde sentimos, ni siquiera el recuerdo. Donde nos miramos, ya no queda nada que ver. Donde hablamos, el eco se ha esfumado. Donde fuimos uno, ahora hay dos.

Es el tiempo, que no perdona. Es la realidad, tozuda y persistente. Es el hoy, que me nubla aquellos ojos que miraban llenitos de ayer.

Paisajes lejanos

Hay días en que uno siente que las cosas son distintas. No entiende bien porqué, no sabe que es lo que ha cambiado... pero algo se revuelve en su interior. Será el calor, será la letra de una canción de Sabina, o quizás de Calamaro, serán esas cosas que nadie sabe pero todos intuyen.

Y en esos días, en esas tardes solitarias de un verano que apenas se asoma, me asaltan paisajes lejanos, instantes que un día viví y que hoy parecen de otra vida. Un hombre que presume de mala memoria, como soy yo, se queda apenas con eso, con instantes que se escurren entre los dedos y jamás regresan, estampas del pasado grabadas a fuego que una y otra vez vuelven con fuerza.

Es el amanecer en el desierto, el atardecer recortado sobre la playa de Gijón, las olas rompiendo con ira en los cortados de Melilla, el singular perfil neoyorquino visto desde New Jersey, el anochecer desplomándose sobre el puente de Brooklyn, la nieve en las mezquitas de Estambul, el sol reflejado en las mágicas paredes de Petra, y en las piedras desnudas de las pirámides de Giza.

Es la nostalgia, el recuerdo, el sueño, la ilusión al fin y al cabo. Nada más que tonterías de uno que tiene un día de esos...

Lugares extraños

Uno vivió una vez en Madrid. Esa gran urbe donde la gente corre, avasalla, grita por la calle. Y uno regresó hace poco. En el metro dos mujeres leyendo la Biblia. Subrayan algunas frases, pero no alcanzo a leerlas. Al menos cuatro religiones distintas en un vagón. Un hombre lee Los pilares de la tierr, y otro Los hombres que no amaban a las mujeres. Del resto, la mayoría escucha música. Alguno lee un periódico gratuito. Otros cruzan miradas escrutadoras, como tratando de adivinar quién es cada uno de los que estan allí

Al bajar, uno se encuentra locutorios, bares tradicionales de callos, migas y bocatas de calamares. Miradas perdidas. Andares veloces. Mundos singulares. Mucha gente junta. Miles de soledades mezcladas.

Luego, una cena entre corbatas. Una copa en una terraza que imita los sitios pijos de la Gran Manzana. Vuelta a casa. Y la sensación de que esa gran ciudad es, desde hace mucho tiempo, un lugar extraño, ajeno y hostil, que uno nunca sintió como su hogar. Son cosas de los viajes acompañados por las letras de Sabina.