Una crisis de verdad...

En estos tiempos extraños se habla mucho de la crisis que vivimos. Es una crisis económica, pero también moral y de valores; dicen, una crisis que nos cambiará para siempre; un momento a partir del cual nada volverá a ser lo mismo, escucho a menudo. Se dice, incluso, que el fin del mundo está cerca.

Pero si uno echa la vista atrás pronto descubre que esto no es más que una mota de polvo en nuestra historia. Que crisis, de las de verdad, las ha superado el ser humano, y lo ha hecho gracias a la comunicación –a la de verdad- y la cooperación, dos valores que hoy brillan por su ausencia.

Viene esto a cuenta por una historia que leí el otro día, una teoría evolutiva basada en evidencias científicas y presentada hace unos años por un profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Illinois, Stanley H. Ambrose. Según contaba Ambrose, para conocer una auténtica crisis del ser humano hay que remontarse 75.000 años atrás, cuando se produjo lo que se conoce como "cuello de botella de población".


Fue entonces cuando bramó un auténtico supervolcán, que convierte en apenas una broma aquello del volcán islandés que tanto nos marcó no hace mucho. Fue en la isla de Sumatra, y ese supervolcán explotó con una fuerza que no somos capaces de imaginar. Tanto que dejó como herencia el lago Toba, de 100 kilómetros de largo y 30 kilómetros de ancho. Fue una explosión que debió durar en torno a dos semanas sin descanso, y que cambió el mundo para siempre.

Evidentemente, pocas plantas y animales indonesios sobrevivieron a este hecho… pero la erupción fue mucho más allá, y se han hallado rastros de ella a miles de kilómetros del lugar. Este supervolcán lanzó al aire tal cantidad de ceniza que provocó un invierno de más de 6 años, cambiando el orden natural que existía en aquel momento. Muchas especies desaparecieron de la faz de la tierra… y el hombre estuvo a punto de seguir ese camino.


Según rastros hallados en el ADN, apenas quedaron entre 1.000 y 2.000 seres humanos, todos concentrados en algún punto de África, y sólo sobrevivieron gracias a su capacidad de cooperar y de comunicarse, de trabajar en equipo al fin y al cabo. Cuando pasó lo peor y pudieron volver a ver el cielo, comenzaron a extenderse por otras zonas, y de esos pocos descendemos todos hoy.

Eso sí que fue un cambio climático a escala planetaria. Aquello sí que fue una crisis. Así que quizás deberíamos pensar un poco más y ser conscientes de que no somos más que un grano de arena en la playa de la evolución. Y es posible que un día desaparezcamos, sí, y a nadie le importará demasiado. Porque la vida seguirá sin nosotros.

Un día cualquiera

Un día cualquiera miras atrás y descubres que Gianrico Carofiglio tenía razón, que el pasado se ha convertido en un país extranjero en el que ni siquiera eres capaz de reconocerte a ti mismo. Un tiempo en el que hablabas en otro idioma, un lugar del que apenas recuerdas detalles deslavazados y manipulados por tu propio cerebro, un espacio al que no deberías tratar de volver si un día fuiste feliz.

Y es que ese día cualquiera puede ser que descubras que has cruzado una línea que no creías que ni siquiera estuviese pintada; puede ser, incluso, que encuentres sobre el suelo el boceto de un fracaso llamándote a gritos. Son tiempos de cambio, de dolor, de sueños sin cumplir y de esperanzas que hay que renovar, te dice el nuevo mapa vital que te acompañará a partir de ahora. Miras atrás buscando un rastro de esperanza… pero sólo encuentras el vacío, que te sigue los pasos sin dejarte respirar, como riéndose de ti.

Un día cualquiera te das cuenta de que ya no eres tú, de que eres otro. El futuro no ha llegado, el pasado ni siquiera existe… ¿qué te queda? Un presente incierto en el que luchas por respirar cada mañana entre los escombros que te rodean, imposibles de reconstruir. Sólo por respirar. Con eso es bastante.

Un día cualquiera decides callar para no herir, mirar hacia otro lado buscando una respuesta que nunca llega. Es ese día en que te parece que todas las canciones hablan de ti.

Un día cualquiera.