El tiempo, demasiado rápido

Diana acaba de cumplir un año. Ella aún no lo sabe, pero es mi sobrina postiza. Es una niña feliz, gordita y muy guapa que regala sonrisas a todo aquel que se le acerca. Ella no necesita mucho para sonreír y crecer. Con que le den de comer a su hora (eso sí, no admite un retraso de cinco
minutos) y de vez en cuando le acerquen una bolsa de gusanitos, siente que tiene motivos para reír.



El otro día pensaba lo distinto que será el mundo de Diana de aquel en el que yo crecí y a qué cosas tan extrañas tendrá que enfrentarse. Sí,ya sé que las cosas cambian, pero a veces me pregunto si no vamos demasiado deprisa.

Cuando Diana tenga 18 años tendrá 1.723 amigos en Facebook (o lo que haya entonces), un videoblog actualizado a diario, un móvil (por lo menos) y un pedazo de ordenador portátil. Pero el día de su cumpleaños no escuchará la voz de sus amigos deseándole un buen día, sino que tendrá que conformarse con un mensaje en Internet o, con mucha suerte, un SMS.

Diana nunca sabrá –a menos que su padre se ponga melancólico y se lo cuente un día- que hubo un tiempo en el que en las gasolineras te atendía gente; en el cine te acompañaba hasta tu sitio un amable señor vestido de linterna; y cuando llamabas a una empresa te cogía el teléfono una persona. Para ella lo normal será hablar con máquinas, y hasta es posible que aprenda a entenderse con ellas (para mí, desde luego, ya es demasiado tarde).

Mi sobrina postiza escuchará a su tío postizo y a su padre como quien oye a dos viejos cascarrabias recordando viejas batallitas en las que hasta hablaremos de Espinete. “Sí mujer, le diremos, un puercoespín rosa que medía dos metros y enseñaba cosas (qué mal suena dicho así) desde la tele”. Le contaremos que un día apenas hubo dos canales, pero que total, para que haya cosas malas en 25, lo mismo da.



Diana nos mirará sorprendida, quizá con algo de pena, cuando le contemos cómo eran nuestros primeros ordenadores o que nosotros nacimos sin el Google. Que cuando teníamos su edad y viajábamos no teníamos autovías, ni trenes de alta velocidad, ni aire acondicionado en muchos coches. Que la Nintendo 64 fue uno de los mejores inventos del hombre blanco, y que todavía
conservamos en algún rincón olvidado un cassette con música “de la de antes”.

Que nosotros tenemos menos de 15 amigos de los de verdad.

Ella nos observará como quien ve a dos viejos salidos de la máquina del tiempo. Quizás como nosotros miramos a nuestros abuelos cuando nos contaban historias de la guerra y las miserias de hace cuarenta años.

Cuando Diana cumpla 18 no habrán pasado tantos años, pero es que ahora el tiempo va muy deprisa. Quizás demasiado.