Una caja de zapatos con cien cartas

Un adiós sin despedida. Un hombre que pasea solo, sin paraguas, bajo la lluvia. Una ciudad amiga que se vuelve cada día más hostil. Una caja de zapatos con cien cartas que surge en el momento más extraño y del lugar más sorprendente.

Una caja de cartas. Cien escritos del pasado que irrumpen en mi vida sin llamar a la puerta. Irreverentes. Dolorosos. Descriptivos. Son las cartas que un día, en un tiempo que hoy se antoja muy lejano, algunas mujeres enviaron a alguien que no reconozco.


Cartas que hablan de amor, de amistad, de poesía, de sueños compartidos, de esperanzas... y también de dolor, de decepción, de rabia contenida a duras penas. Cartas escritas con lágrimas en los ojos y otras con una sonrisa dibujada en el rostro. Cartas que hablan, que me cuentan, que me enseñan, que me dicen más de lo que soy capaz de asumir.

Sí, un día que hoy se me antoja muy lejano las recogí de un buzón, las abrí con ansiedad y las devoré con la emoción que conocen aquellos que algún día recibieron una carta de amor. Pero al releerlas con los ojos de hoy parece la vida de otra persona. No me reconozco en sus textos. Algunas hubiera jurado que nunca las recibí. Otras me cuentan cosas que ni siquiera creía haber olvidado. Hay incluso unas en las que ni siquiera conozco a la autora a pesar de que cuenta cosas preciosas. ¡Maldita memoria traidora!


El puzzle recompuesto tras horas de lectura me traslada a otro personaje que no conozco. A la vez romántico y frío, algo poeta, cariñoso y al tiempo desalmado, capaz de hacer reír y de enamorar, pero también de hacer sufrir y de olvidar sin más. Ése que, según parece, fui yo hace tiempo.

Termino de leer y me entran ganas de llorar. Por lo que cuentan que hice, por lo que dejé atrás sin motivo ni remordimiento, por lo que olvidé y perdí en este camino que es la vida. Escribo, incluso, un correo de disculpa a la que un día fue fiel amiga y luegó dejé en la cuneta sin más explicaciones. Porque no entiendo a ese joven que se supone que fui un día, no le conozco, no le recuerdo...
Y ahora, en el tiempo de un adiós sin despedida, cuando paseo bajo la lluvia sin paraguas, cuando avanzo intentando no mirar nunca hacia atrás, cuando parece que es demasiado tarde para casi todo, cuando construyo un nuevo hogar a partir de una caja vacía, cuando celebro la fiesta de Año Nuevo en junio, esa caja de zapatos con cien cartas me rompe el alma que creía rota. Otra vez.

6 comentarios:

Maria dijo...

nunca es tarde para una buena disculpa..........dudo que muchos nos reconozcamos a estas alturas de la película, cuando releemos esas cartas que con tanta ansiedad esperábamos y con tanta ilusión abríamos....
bss
María L

JR Alvaro González dijo...

No parece una carta sino un cante jondo. Tu escrito podría ser la letra de una Saeta.

Los viajes que no hice dijo...

Yo también tenía cartas. Y tampoco me reconocí.

Oscar Eslava Álvarez dijo...

Las mías me dan miedo. Ole tu coraje por abrir la caja. Yo no me atrevo.
Una prosa preciosa, primo. Gracias por el regalo.

chesku dijo...

Yo conservo un caja de un amor lejano...pero ya esta llena de otros amores...y así sucesivamente.lo más dificil es cerrar un circulo porque se resiste como un cinturon...el resto es sencillo..cuenta conmigo para abrir el siguiente a golpe de cante...

Anónimo dijo...

Precioso... y terriblemente doloroso.