A contrapie

El nuevo año se asoma ya por la rendija, impaciente, mientras 2009 apura sus últimas bocanadas. Un año que acaba. Otro que empieza. Para algunos, poco más que una hoja del calendario que da la vuelta. Para otros, el momento de replantearse la vida, de pensar, de soñar... Lo cierto es que la Nochevieja se acerca y me pilla a contrapie. Sorprendido, hoy me he dado cuenta que enero ha dado paso a diciembre, que el tiempo ha pasado veloz, sin hacer prisioneros, y que un año entero se me escurre entre los dedos. Muchas cosas han pasado, sí, pero sin tiempo siquiera para saborearlas las hemos engullido como si fuese un vino peleón. Por eso ahora me asomo con timidez a la ventana y ya veo al final del horizonte cómo se acerca el nuevo número, ése mismo que cuando éramos pequeños nos parecía de ciencia ficción. Y tanto me ha sorprendido todo, tan rápido han pasado los meses, que 2010 me va a pillar sin buenos propósitos a la vista, asi que me tendré que conformar con retomar los de este año, que todavía no los he cumplido.


De todas formas, para mí el problema es que la Navidad es algo contradictorio. Siempre he tenido algo atrofiado el espíritu navideño. No canto villancicos, no como turrón ni mazapán, y mucho menos polvorones. No me gusta ir de compras, ni las luces horteras que decoran muchas ciudades, y no monto belenes. Pero, la verdad, es una época alegre que siempre asocio al reencuentro con la familia y los amigos. Es tiempo de confesiones, de cervezas a destiempo, de Beverly, de bailes desatados, de fríos amaneceres en los que ni siquiera se siente el frío, de viajes, de sueños compartidos...


Y también de nostalgia. En estos días me vienen a la mente uno tras otro los rostros que ya no me acompañan. Veo a Daniel con la pistola de su padre aún humeante en la mano. A Elena, oculta bajo una montaña de nieve. A Higinio, que se dejó la vida en asfalto. Y por supuesto a mis abuelos y a mis tíos, que pidieron la cuenta mucho antes de que llegara su hora. No me quejo. Tengo una gran familia y suficientes amigos, pero con cada uno de ellos se fue algo de mi inocencia, una inocencia que nunca volverá.

Llega 2010. Nuevos tiempos. Viejos sueños. Que os vaya bien a todos y que el mundo sea un poquito mejor. Cada uno que ponga su pequeño granito de arena. Lo demás, que venga como sea, que aquí estaremos para aguantarlo. Venga lo que venga.

Los colores del otoño

El otoño es color. Es melancolía. Es la promesa de más sueños incumplidos. Es frío. Es un puente que se esconde tras la niebla. Es una mirada nueva sobre el mundo. En la carretera de Lisboa el verde domina y el campo ríe agradecido tras la llegada de la lluvia. Junto al río que aparece y desaparece los árboles se tiñen de rojos y amarillos. S. cumple una castaña más y nos regala gente interesante en una ciudad luminosa que nos une. Porque ella, con su mirada curiosa y su risa sincera, alejada ya de viejas preocupaciones sin sentido, se dedica a eso: a regalarse sin remilgos.


Y como cada otoño el año se asoma ya con timidez a su final. Cuando acabe, entre el frío, las buenas intenciones y las luces que nublan nuestro juicio y nos empujan al consumismo salvaje, 2009 será sólo un número más, el pasado, otro año que se acaba y pasa por derecho propio al catálogo de nuestra memoria. Pero el presente, ése que pasa a toda velocidad mientras soñamos con un futuro que en realidad nunca llega, nos reclama con sus colores de otoño tardío. Y para mí así pasan los años, de otoño a otoño, sin uvas ni campanadas, sin nieve ni reyes magos. Con un fin de año anunciado simplemente por los árboles rojizos.

Llego a ese otoño con una mirada distinta, nueva, más libre que nunca, más sosegado, más tocahuevos y más enamorado. Atrás quedaron tantas cosas como días, tanta gente nueva, tantos viejos amigos que siempre están ahí, tantos sueños cumplidos y otros tantos olvidados, tantos enemigos, tanto talento desperdiciado a mi alrededor, tantas tonterías y disgustos, tanta gente que pidió la cuenta... Sí, como todos, 2009 será en mis recuerdos un año especial y al mismo tiempo igual que el resto. Un fotograma más de una vida que te sorprende tras cada esquina. A veces para bien, a veces para mal. Pero siempre inesperada. Y eso, la verdad, es lo que la hace interesante.

PD. Descubro que a 34,4 años luz de nuestro maltratado planeta hay una estrella que se llama iota Persei. Nada especial, si no fuera porque la luz que emitió el día en que yo nací es la que ahora puedo contemplar en una noche clara de esas que tanto abundan en la dehesa extremeña.

Memoria y dignidad


En demasiadas ocasiones el tema de la memoria histórica --sorprendentemente en España esta expresión se refiere únicamente a la Guerra Civil y a la dictadura-- se aborda desde un punto de vista exclusivamente político, algo que, por otra parte, en este país todavía llamado España ocurre con demasiados temas (hasta con el fútbol, si me apuran). Que si los fascistas golpistas fusilaron a mucha gente, que si los rojos mataron muchos curas y quemaron las iglesias, que si tu problema es que eres muy derechas y por eso no te gusta, que si el tuyo es que eres muy de izquierdas y por eso quieres remover el pasado y distraer la atención...

Y es entonces, cuando la saturación había hecho que dejases de escuchar, cuando un día cualquiera te sientas en torno a una mesa con una pareja de señores, Andrés y María, que ya han visto pasar 90 primaveras ante sus ojos. Y son ellos los que te abren los ojos y la mente, los que te recuerdan la historia de una madre que día tras día lloraba pidiendo que le dejaran enterrar a su hijo. Son ellos, con su mente clara a pesar del imparable paso del tiempo, quienes te recuerdan que tras cada muerto de uno y otro bando hay una familia. Una madre, unos hermanos, a veces hijos y sobrinos...

Estos dos señores quieren recuperar los restos de su primo Juan, cuyo cadáver Andrés vio tirado en mitad del campo en una finca por la que, además, tenía que pasar día tras día para ir a trabajar. Lo piden, casi lo imploran, porque les gustaría enterrar a Juan antes de que a ellos se les consuma la vida. “Y no creo que aguante un año más”, asegura con resignación María. Los tres hermanos de Juan, emigrantes como tantos otros en Extremadura, también soñaron toda su vida con poder asistir a ese ansiado entierro. Para uno de ellos ya no será posible, pero los otros dos aún mantienen la esperanza.


Ésta es sólo una historia más, la de Andrés, la de Juan, la de María, y también la de Aniceto, el sobrino que encabeza la batalla. Pero hay muchas más historias, de uno y otro bando, de gentes olvidadas que se vieron envueltas, la mayoría sin comerlo ni beberlo, en una guerra que dejó atrás, como todas las guerras, un reguero incontable de viudas, huérfanos y víctimas.

En las voces de Andrés y María no se escucha la palabra venganza. Sólo justicia. Sólo dignidad. Porque la memoria es algo que, por muchos que algunos se sigan empeñando, no se puede ni se debe borrar. Porque no hablamos de juzgar, de acusar ni de abrir viejas heridas, sino de cerrarlas. De permitir que los muertos reposen en paz y que los vivos puedan descansar al fin.

Hay quien le pide a personas como éstas que olviden, que dejen atrás un pasado terrible. ¿Pero por qué alguien tiene que olvidar lo visto, lo vivido... lo sufrido? Porque en realidad no se pretende que olviden, sino que callen. Dejar pasar el tiempo hasta que Andrés, María, Aniceto y tantos otros ya no estén aquí, hasta que no quede nadie que recuerde, nadie que lleve flores frescas a la tumba de Juan, nadie, en fin, que se acuerde de que Juan un día fue un joven lleno de ilusiones que se vieron truncadas el día que un hombre decidió pegarle un tiro.

Algunos me dirán, de hecho me lo dicen, que también los de izquierdas mataron a mucha gente y cometieron barbaridades. Lo sé, y soy consciente de ello. Soy consciente del horror de la guerra. He visto la muerte dibujada en las pupilas de un niño, el odio en la mirada de un adulto, el ansia de venganza del hermano de una mujer violada. Soy consciente de la guerra, y también de lo que deja tras de sí.

La diferencia es que la gente que fue asesinada por los republicanos, muchos de ellos también personas inocentes, fue dignamente enterrada, y tiene lápidas o placa recordando sus nombres... mientras que los asesinados por los nacionales continúan apilados en fosas comunes repartidas por toda Extremadura.

Para eso se aprobó la llamada ley de memoria histórica, y para eso la Junta de Extremadura puso en marcha un proyecto en este mismo sentido. Pues bien. Ahora ha llegado el momento de actuar, de dar un paso al frente y demostrar que todo esto no es sólo una cortina de humo mediática, una distracción. 

Se conoce la zona donde está la fosa en la que reposan Juan y al menos otras diez personas. Es una finca privada cuya dueña se niega a que se busque la fosa. Seguramente tenga sus razones para hacerlo, pero lo cierto es que la ley está de parte de la familia de Juan. Y habrá a quien no le guste esta ley, pero ahora mismo es la que hay. A mí tampoco me gustan muchas leyes y me tengo que aguantar, porque eso es lo que hay y porque nuestra imperfecta democracia sólo permite que los ciudadanos demos nuestra opinión una vez cada cuatro años.

Censura en el país de los muertos

Las malas noticias proliferan. Será por el frío. Será porque la Gripe A no hace lo que de ella se espera (aparte de generar muchos beneficios a determinadas empresas). Será porque el otoño, por fin, decidió ocupar su lugar en el mundo. Y en este país nuestro, en apenas una semana, por desgracia, habremos olvidado la figura centenaria e inmortal de Francisco Ayala. Y el trabajo, que ahí queda para siempre, de José Luis López Vázquez.

Y es normal. Supongo. Porque, claro, es mucho más importante que sepamos qué ocurre dentro de la finca de un torero cateto que se hizo famoso porque las mujeres le tiraban bragas en el ruedo. Porque, claro, es vital que nunca olvidemos el acento pijo hasta el ridículo de un tal Ricardo Costa. Y claro, es normal, tenemos que estar atentos a todos esos asquerosos casos de corrupción que un día sí y otro también nos hacen desayunar con una arcada contenida.

Pero lo que me tiene impresionado estos días es que esos mismos que viven de la burocracia, que viven de lo que NOSOTROS les pagamos, ha decidido que la película Saw VI debe ser calificada como 'X' por su extrema violencia. Eso supone que sólo se podría ver esa película en los escasos cines porno que aún subsisten en este país todavía llamado España.



Y me llama la atención esa decisión hipócrita porque se ha producido:

--en un país donde más del 30% de la población se descarga contenidos ilícitos de internet, incluida esa película y gran cantidad de porno;





--en un país en el que se vende sin ningún control un juego de ordenador en el que se pueden contratar los servicios de una prostituta y luego matarla para robarle el dinero (GTA);



--en un país en el que los telediarios comercian con la miseria en imágenes (recuerdo a Irene Villa, recuerdo el 11-M y también el 11-S, y tantos muertos cuyo rostro ha aparecido en la pantalla sin más sentido que el morbo);

--en este país donde emiten cada día en horario infantil una serie (que por cierto me encanta) en la que un perro que habla intenta acostarse con su dueña;

--y en ese mismo horario aparecen pseudoperiodistas que rozan los límites entre la inteligencia humana y la de los monos hablando y gritando de cosas que ni entiendo;

--un país en el que una de las series de éxito presentaba un héroe que se dedicaba al tráfico de drogas y mataba, entre otros, a su propio hermano y al de su novia... pero, eso sí, estaba muy bueno.

En fin. Que al menos siempre nos quedarán las novelas de Francisco Ayala, la poesía de Pedro Salinas, los relatos de Borges, la prosa de García Márquez... porque la simple realidad, en demasiadas ocasiones, simplemente da asco.

PD. Me encantaría ver una entrevista al señor /a que ha tomado esta decisión, aunque sólo sea para verle la cara. Porque hay que ser imbécil a estas alturas...

Otoño tardío

Aterriza sin prisa el otoño tardío, con el verano aún a cuestas, pegado en los talones. Pero los días pasan, las hojas empiezan a caer y el invierno se asoma tímido tras las cortinas. ¿Será éste otro de esos otoños que no existen? ¿Otro de esos años en los que el verano salta hasta el invierno sin tiempo para pensar?


Es una pena. Primavera y otoño son tiempos de nostalgias, de poetas, de sueños inalcanzables. Necesarios, como el aire que respiramos. Pero una vez más, la estación de las hojas caducas se esconde tras el telón y no parece querer salir. Nuestros campos lloran, secos de ilusiones, mientras el sol castiga en su dictadura infatigable. Avanza octubre, el antepenúltimo mes del año, y hace calor. Se adentran las semanas en este décimo mes sin que el frío amenace siquiera con llegar.
¿Será éste otro de esos otoños invisibles? ¿Tendremos que esperar que la nostalgia caiga arrastrada por los copos de nieve?

El tiempo, demasiado rápido

Diana acaba de cumplir un año. Ella aún no lo sabe, pero es mi sobrina postiza. Es una niña feliz, gordita y muy guapa que regala sonrisas a todo aquel que se le acerca. Ella no necesita mucho para sonreír y crecer. Con que le den de comer a su hora (eso sí, no admite un retraso de cinco
minutos) y de vez en cuando le acerquen una bolsa de gusanitos, siente que tiene motivos para reír.



El otro día pensaba lo distinto que será el mundo de Diana de aquel en el que yo crecí y a qué cosas tan extrañas tendrá que enfrentarse. Sí,ya sé que las cosas cambian, pero a veces me pregunto si no vamos demasiado deprisa.

Cuando Diana tenga 18 años tendrá 1.723 amigos en Facebook (o lo que haya entonces), un videoblog actualizado a diario, un móvil (por lo menos) y un pedazo de ordenador portátil. Pero el día de su cumpleaños no escuchará la voz de sus amigos deseándole un buen día, sino que tendrá que conformarse con un mensaje en Internet o, con mucha suerte, un SMS.

Diana nunca sabrá –a menos que su padre se ponga melancólico y se lo cuente un día- que hubo un tiempo en el que en las gasolineras te atendía gente; en el cine te acompañaba hasta tu sitio un amable señor vestido de linterna; y cuando llamabas a una empresa te cogía el teléfono una persona. Para ella lo normal será hablar con máquinas, y hasta es posible que aprenda a entenderse con ellas (para mí, desde luego, ya es demasiado tarde).

Mi sobrina postiza escuchará a su tío postizo y a su padre como quien oye a dos viejos cascarrabias recordando viejas batallitas en las que hasta hablaremos de Espinete. “Sí mujer, le diremos, un puercoespín rosa que medía dos metros y enseñaba cosas (qué mal suena dicho así) desde la tele”. Le contaremos que un día apenas hubo dos canales, pero que total, para que haya cosas malas en 25, lo mismo da.



Diana nos mirará sorprendida, quizá con algo de pena, cuando le contemos cómo eran nuestros primeros ordenadores o que nosotros nacimos sin el Google. Que cuando teníamos su edad y viajábamos no teníamos autovías, ni trenes de alta velocidad, ni aire acondicionado en muchos coches. Que la Nintendo 64 fue uno de los mejores inventos del hombre blanco, y que todavía
conservamos en algún rincón olvidado un cassette con música “de la de antes”.

Que nosotros tenemos menos de 15 amigos de los de verdad.

Ella nos observará como quien ve a dos viejos salidos de la máquina del tiempo. Quizás como nosotros miramos a nuestros abuelos cuando nos contaban historias de la guerra y las miserias de hace cuarenta años.

Cuando Diana cumpla 18 no habrán pasado tantos años, pero es que ahora el tiempo va muy deprisa. Quizás demasiado.

Un lugar curioso


Este país en el que vivimos es un lugar curioso. Y no sólo porque seamos los inventores de la siesta, la fregona y el futbolín. No porque nos paguemos unas vacaciones en la playa para, en realidad, hartarnos a cerveza en un chiringuito. Ni siquiera porque los realities sean lo más visto en la televisión.

Hoy, paseando por la playa, he llegado a la conclusión de que éste es un país curioso. Es un país en el que el Estado nos cobra los impuestos por adelantado mes a mes y luego, si ha fallado en sus cálculos, nos lo devuelve. Y encima nos ponemos tan contentos. Un lugar en el que los que más ganan no son los que más pagan. En el que la clase media es la que soporta todo el sistema y, además, la que más sufre las consecuencias de la crisis económica.

Un país en el que se ayuda a los bancos para que ayuden a los ciudadanos y a las pymes, pero el dinero sigue sin llegar mientras esos mismos bancos siguen ganando pasta y hacen cola a la puerta de Florentino Pérez para financiar el fichaje de Cristiano Ronaldo.

Un país en el un gobierno de izquierdas adopta medidas de derechas sin que nadie proteste. En el que se promete el cierre de las centrales nucleares sin estudiar alternativas y se conceden prórrogas ridículas de 3 años diciendo que ahora es seguro pero entonces ya no lo será.

Un lugar en el que gobierno y sindicatos aprueban ERES en empresas que siguen teniendo beneficios. En el que se van a la calle miles de personas sin que nadie defienda sus derechos.

Un país en el que la prensa está más politizada que los propios partidos. En el que a los jueces los colocan los políticos. En el que son esos mismos políticos los que deciden qué televisiones y radio podemos ver y escuchar. En el que los políticos nos intentan decir qué comer, qué beber y casi hasta a qué hora debemos acostarnos. Los mismos políticos que llegan a ministros con menos preparación que la mayoría de nosotros, y que hacen de la política un oficio.

Es éste un país curioso. Tenemos el servicio de Internet más lento de Europa y pagamos más que el resto a pesar de que tenemos los sueldos más bajos. Pagamos impuestos todos los años, pero en muchas ciudades, además, nos cobran por aparcar... en la calle.

Un lugar extraño. Porque, a pesar de todo, somos tan pecualiares que seguimos sintiéndonos orgullosos de ser españoles y seguimos pensando que somos libres e independientes. En fin. Qué le vamos a hacer.

Mirada llenita de ayer

Esta mañana te he mirado con los ojos llenitos de ayer. He visto tus ojos marrones en la playa que un día paseamos. He escuchado tu voz, tan lejana. He oido cómo me contabas lo que te gusta el chocolate. Y, con los ojos llenitos de ayer, te he sentido junto a mí.


He escuchado las olas del mar que un día nos arropó y nos llevó hasta el amanecer. He soñado con aquel rincón sin luz en el que nos conocimos. Y he olido aquellas castañas que compartíamos. Con los ojos llenitos de ayer.

Pero donde estuviste, sólo queda el vacío. Donde sentimos, ni siquiera el recuerdo. Donde nos miramos, ya no queda nada que ver. Donde hablamos, el eco se ha esfumado. Donde fuimos uno, ahora hay dos.

Es el tiempo, que no perdona. Es la realidad, tozuda y persistente. Es el hoy, que me nubla aquellos ojos que miraban llenitos de ayer.

Paisajes lejanos

Hay días en que uno siente que las cosas son distintas. No entiende bien porqué, no sabe que es lo que ha cambiado... pero algo se revuelve en su interior. Será el calor, será la letra de una canción de Sabina, o quizás de Calamaro, serán esas cosas que nadie sabe pero todos intuyen.

Y en esos días, en esas tardes solitarias de un verano que apenas se asoma, me asaltan paisajes lejanos, instantes que un día viví y que hoy parecen de otra vida. Un hombre que presume de mala memoria, como soy yo, se queda apenas con eso, con instantes que se escurren entre los dedos y jamás regresan, estampas del pasado grabadas a fuego que una y otra vez vuelven con fuerza.

Es el amanecer en el desierto, el atardecer recortado sobre la playa de Gijón, las olas rompiendo con ira en los cortados de Melilla, el singular perfil neoyorquino visto desde New Jersey, el anochecer desplomándose sobre el puente de Brooklyn, la nieve en las mezquitas de Estambul, el sol reflejado en las mágicas paredes de Petra, y en las piedras desnudas de las pirámides de Giza.

Es la nostalgia, el recuerdo, el sueño, la ilusión al fin y al cabo. Nada más que tonterías de uno que tiene un día de esos...

Lugares extraños

Uno vivió una vez en Madrid. Esa gran urbe donde la gente corre, avasalla, grita por la calle. Y uno regresó hace poco. En el metro dos mujeres leyendo la Biblia. Subrayan algunas frases, pero no alcanzo a leerlas. Al menos cuatro religiones distintas en un vagón. Un hombre lee Los pilares de la tierr, y otro Los hombres que no amaban a las mujeres. Del resto, la mayoría escucha música. Alguno lee un periódico gratuito. Otros cruzan miradas escrutadoras, como tratando de adivinar quién es cada uno de los que estan allí

Al bajar, uno se encuentra locutorios, bares tradicionales de callos, migas y bocatas de calamares. Miradas perdidas. Andares veloces. Mundos singulares. Mucha gente junta. Miles de soledades mezcladas.

Luego, una cena entre corbatas. Una copa en una terraza que imita los sitios pijos de la Gran Manzana. Vuelta a casa. Y la sensación de que esa gran ciudad es, desde hace mucho tiempo, un lugar extraño, ajeno y hostil, que uno nunca sintió como su hogar. Son cosas de los viajes acompañados por las letras de Sabina.

Mejor pedir perdón que permiso

Es mejor pedir perdón que permiso. Mejor equivocarse que no hacer nada. Mejor arrepentise que pensar qué hubiera pasado. Es mejor decir que callar. Es mejor avanzar que quedarse estancado. Saltar al vacío que vivir siempre en tierra firme. Es mejor luchar por los sueños que soñar simplemente.


Un amigo mío tenía una vida teóricamente perfecta, un buen sueldo, una casa, un buen trabajo... y lo dejó todo por su sueño, ser actor. Ole tus güevos, Jose. Y ole los güevos de todos aquellos que aprovechan esta mierda de crisis para plantearse qué quieren hacer en realidad sin pensar en los obstáculos que se van a encontrar.

El ejercicio es simple y complejo al mismo tiempo. Cierra los ojos. Visualízate dentro de diez años. ¿Qué haces en ese futuro? ¿Y qué querrías hacer? Mírate al espejo. Sé sincero con ése que te mira desde el otro lado. Háblale sin tapujos. Cuéntale tus sueños en voz alta.

Y luego respira hondo. Lávate la cara con fuerza, como si tratases de borrar una realidad innombrable. Abre la puerta de la calle. Mira a la izquierda. Mira a la derecha. Y sal con energías renovadas, con fuerza para comerte el mundo, siéntete capaz de todo porque nada es imposible. "Yo no busco, encuentro", dijo Picasso. Yo no sé si encuentro, pero al menos no dejo de intentarlo.

Sabiduría

Cuando los blancos vinieron a Africa, teníamos la tierra y ellos tenían la biblia; nos enseñaron a rezar con los ojos cerrados. Cuando los abrimos, los blancos tenían la tierra y nosotros la biblia (como Kenyatta). Gracias a la sonrisa imaginada

Los reyes del mundo

Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar no olvides que soy distinto de ayer pero casi igual... La letra de Andrés Calamaro retumba desde hace semanas en mi cabeza. Diez años, una década nada menos. Un periodo tras el cual el reencuentro es casi una aventura, un salto al vacío.

Pero hay cosas más fuertes que el olvido. Sí, pasaron diez años, más en algunos casos. Pero allí estábamos, escuchando la música de Álvaro en La flauta mágica, como si el tiempo no hubiera pasado. Como si apenas hubiese pasado una semana desde la última vez que saltamos al ritmo de La Malagueta o aullamos con el rock del lobo. Pero el calendario no engaña. Más de diez años.

Y allí, entre copas y chupitos de extraños colores, todo era normal, natural, incluso demasiado. Gente nueva y muchas caras conocidas, como cada noche de finales de los 90.

Fue sólo el principio. En una cena memorable, de esas que se incorporan a la memoria colectiva, cada rostro que asomaba por la puerta era una alegría. Coño, Micki. Cojones, si es Roberto... y así una y otra vez. Y el tiempo pareció plegarse sólo para nosotros, y nos hizo sentir que diez años no son nada; que siguen siendo más cosas las que nos unen que las que nos separan; que con una cerveza en la mano seguimos siendo los reyes del mundo. Olé por nosotros.

Ladrones del tiempo

Imágenes que asaltan mi memoria sin dar explicaciones. Un reloj de arena boca abajo. El tiempo que se marcha sin compasión.

Son los hombres grises, aquellos que perseguían a Momo, aquellos cuya misión era robar el tiempo. ¿Dónde van los minutos que se pierden? ¿Y dónde se almacenan las cosas que jamás ocurren? Son preguntas sin respuesta, dudas que no conducen a nada. Como la vida misma.

La niebla. Los sueños. Las miradas. El silencio. La sinceridad. Las palabras que dichas son de otra manera. Cosas bellas. Cosas sinceras. El tiempo que se me escurre entre los dedos.

Los recuerdos. La vieja caja imaginaria donde almaceno tus miradas, tus palabras escondidas, tus pensamientos, aquellas historias que nunca se contaron porque nunca sucedieron. El reloj de arena que no se detiene.

Pasa un día tras otro. Manos que se rozan. Cuerpos que se esquivan. Miradas que se huyen. Palabras que se acarician. Pensamientos que, la verdad, no tienen demasiado sentido.

Minuto tras minuto. El fondo de una copa de cerveza. Aquella mirada encendida. Aquella palabra que nunca se dijo. Aquel sueño que nunca se cumplió.

El puto reloj de arena que no deja de contar las horas.

¿Dónde está Zimbaue?

El sol se ha desperezado, ha abandonado su huelga y ha decidido visitarnos por fin. Esta mañana me ha deslumbrado, una sensación que prácticamente no recordaba. Me he sentado a escribir sin saber muy bien qué iba a hacer, como casi siempre. He pensado en los sinvergüenzas de nuestros políticos y sus amiguitos los banqueros. En toda esa gente que lo está pasando mal con esta mierda de crisis. En los amigos que he recuperado gracias a la magia de las redes sociales. En ese tipo que ha tendio que dejar un reality antes de empezar porque se ha descubierto que mató a sus padres (y cumplió menos de tres años en un reformatorio porque era menor). E incluso, en un ejercicio de dolorosa nostalgia, me he acordado de la belleza serena de Lisboa, de la magia de París y de la locura lúcida de Nueva York.

Pero un día, cuando empecé a escribir tonterías en este mi rincón, me comprometí conmigo mismo a incidir en una idea: hablar de aquello que nadie nos cuenta, de las noticias que olvidan en los telediarios, de las cosas que ni siquiera abordan el repetitivo 'Callejeros'. Porque la palabra es mi única herramienta.

Y me he acordado de Zimbaue. Uno de esos países olvidados (como casi toda África) donde el cólera que tan bien retrataba García Márquez ha vuelto con fuerza inusitada: 60.000 afectados y más de 3.000 muertos, a lo que suma que casi un tercio de la población padece sida... en pleno siglo XXI. A alguno (Obama, UE, ONU, OTAN...) se le tenía que caer la cara de vergüenza.



La situación económica es igualmente lamentable. Es el país con la mayor inflación del mundo.

Es un país en manos de un dictador, Robert Mugabe, pero es uno de esos dictadores sin petróleo. Es decir, de esos que no le importan a nadie. Un hombre que en plena crisis humanitaria ha celebrado su 85 cumpleaños por todo lo alto. Según The Times, comprando 4.000 porciones de caviar, 3.000 patos, 16.000 huevos, 3.000 tartas de chocolate y vainilla, champán francés y 8.000 cajas de bombones Ferrero Rocher. El año pasado sus 'regalos' fueron ingresos bancarios que alcanzaron los 1,2 millones de dólares y ahora el 'simpático Mugabe espera superar esa cifra.

Crisis humanitaria, dictadores, muerte, represión... es la eterna historia de África, ésa que el llamado primer mundo escribe con los renglones torcidos. Pero no pasa nada, porque la mayoría de nosotros no sabríamos ubicar Zimbaue (antes Rhodesia) en el mapamundi. Es nuestra tragedia. Es la tragedia de estos días que corren.

Mucha crisis y más sinvergüenzas aún

En los últimos meses los españoles se han familiarizado con una palabra que hasta ahora les resultaba ajena: ERE. Expediente de Regulación de Empleo. O dicho de otro modo, gente a la puta calle. La excusa, la crisis. La causa, la caradura y la mala gestión de las empresas. Los paganos, los de siempre, los currantes.

Porque sí, es verdad que estamos en crisis. Y sí, es verdad que muchas empresas tienen problemas. Pero en los últimos años aquí nos ha ido muy bien, se han ganado ingentes cantidades de dinero... y ahora no queda nada. ¿Qué modelo económico es ese en el que se quiere ganar tantísimo dinero en tan poco tiempo que al final el dinero nunca llega a estar donde debe? El capitalismo dirán unos. Un modelo que al final se desmorona, diría yo. Un pequeño empresario sin problemas me lo decía hace unas horas: "Aquí la gente se ha jartao a repartir dividendos, y cuando han venido mal dadas nadie tenía dinero".

Como no me gustan las aseveraciones sin fundamento, empecé a investigar (bueno, a buscar cosas en el google, que es casi lo mismo). Elegí al azar 7 de las empresas que han presentado EREs en los últimos meses y analicé cuánto dinero ganaron en el último año antes de la crisis.



Acerinox. Beneficios en 2007, 312,3 millones de euros
Sony. Beneficios en 2007, 3.524 millones de dólares (y 1.203 millones en el año anterior)
Martinsa. Beneficios en 2007, 413 millones de euros
IVECO Madrid. Beneficios 2004-2007, 147,84 millones de euros
Renault España. Beneficios 2007, 111 millones de euros
Nissan. Beneficios último año fiscal, 2.980 millones de euros, y para este año prevé beneficios de 'sólo' 2.190 millones por la crisis
Seat. Beneficios 2007, 170 millones de euros

TOTAL. Aproximadamente 7.000 millones de euros sólo en 2007, y podríamos seguir igual con muchas de las grandes empresas que han llevado a cabo despidos masivos.

Ahora viene el engaño del lenguaje. Las empresas nos dicen que con la recesión (¡QUÉ GUAY! ¡YA ESTAMOS EN RECESIÓN!) han perdido beneficios. ¡Ojo! Pierden beneficios, que no dinero.

Titulares de hoy mismo:
El beneficio de Sony se hunde un 95%
Las ganancias de Nintendo caen un 18%
El beneficio del Sabadell cae un 14%

Solución para seguir ganando tanto como antes: Mandar a la gente a la puta calle. ¿A quién le importa si es una familia con cuatro hijos y una hipoteca? ¿O si tienen un familiar enfermo con un caro tratamiento? Eso da lo mismo.

¿Y cómo se ha llegado a esto? Yo no entiendo mucho de economía, pero tengo claro que si después de esos beneficios las cosas van mal, es que no se ha gestionado bien. Pero que cada uno saque sus propias conclusiones. Porque estas son las cosas que no le importan a nadie.

El monopoly... como la vida misma

La madrugada nos encontró a los cinco jugando al monopoly, aún con las manchas de pintura frescas en la piel. De pronto, algo pasó. Fue antes de que el capitalismo hundiera sin piedad un triste y optimista intento de cooperativa.

Todos los jugadores acumulaban tarjetas (calles) en su lado, y el tablero estaba ya inundado de casas construidas. Si embargo, si alguien observaba con detenimiento notaba que los 'constructores' lanzaban los dado con miedo, casi con pánico. La causa, que en realidad no tenían dinero, así que si encontraban alguna dificultad en su camino --en este caso en forma de calle con casas construidas-- no podían afrontar los pagos. Es decir, que tenían bienes inmuebles pero ninguna liquidez, y al primer problema el sistema se vino abajo. ¿Les suena este cuento?

Así pasaron las horas, y la madrugada nos condujo suavemente hasta el amanecer, donde no nos encontró la mañana. Fue una noche larga, de hablar, de pensar, de jugar, de reír, de cantar, de ganar y perder. De soñar sin mirar atrás. Por fin.

No, we can't... estoy hasta los cojones


No, no puedo más. Han pasado apenas unas horas del nombramiento de Barak Hussein Obama como nuevo presidente de los Estados Unidos de América y ya estoy hasta los cojones de verle hasta en la sopa. Y eso que el hombre me cae bien y creo que podría hacerlo no demasiado mal (y los que me conocen saben lo que significa en mí ese margen de confianza).

Pero por favor. Ya está bien. Que en el mundo pasan más cosas. Que Obama NO VA A SOLUCIONAR NUESTROS PROBLEMAS. Que no se va a llevar a Solbes. Que no va a convencer a las empresas para que dejen de aprovechar la crisis para largar gente sin parar. Que no va a hacer que las familias lleguen a fin de mes. Que no va a evitar que mañana sigan recogiendo los cadáveres desmembrados en la franja de Gaza. Que Obama no es un superhéroe. No es más que el presidente del país más poderoso del mundo. Y, por tanto, estará condicionado por los intereses de las empresas más poderosas del mundo. Y, por tanto, tendrá un margen de maniobra más que limitado. Como, por cierto, ha ocurrido con todos los presidentes a lo largo de la historia de ese país. Sólo Kennedy intentó cambiar un poco las cosas... y ya sabemos todos cómo acabó.

Sí, Obama cerrará Guantánamo. Sí, dará un cambio a las relaciones internacionales de su país. Y a lo mejor hasta potencia la educación pública en su país. Pero que nadie se lleve a engaño, por favor. Que ya estoy cansado de oir a la gente de izquierdas hablar maravillas de un hombre que se sitúa bastante a la derecha del Partido Popular. Porque en Estados Unidos las cosas son así. Así que, por favor, déjennos un poquito en paz y sigamos trabajando por lo nuestro. Porque Obama, aunque sea negro, no nos va a arreglar la vida. Y yo ya estoy hasta los cojones.