Las puertas del averno

Y un día de abril se abrieron las puertas del averno. Atrás quedaban la lluvia y el invierno. En el presente, un volcán que nos enseñó la forja del infierno, un lugar diseñado con mimo por la tierra durante millones de años. Aquí estaba antes que los hombres, y aquí seguirá cuando no existamos. Escupió lava, ceniza, polvo… y el hombre volvió a descubrir, sorprendido, que no es más que un molesto invitado de honor en este lugar al que llamamos Tierra. Que nadie le tiene en cuenta a la hora de valorar las cosas importantes como, por ejemplo, la fecha más adecuada para una erupción. Que no somos nada más allá de las molestias que causamos. Un acelerante artificial para el cambio climático que se repite de era en era.



Es como el camino al centro de la Tierra que hace décadas imaginó el genio Verne. Una autopista a las profundidades donde uno espera –qué menos– encontrar bestias ancestrales viviendo en su mundo particular, disfrutando de su privacidad, alejados del hombre, del ruido, de los coches, del sálvame de luxe, de las tiendas de Zara… seres felices ignorándonos.


Pero aquí arriba, una vez más, el ser humano ha vuelto a demostrar su prepotencia. Los periodistas españoles insistían hasta la saciedad en su frase hecha: “un volcán de nombre impronunciable”. O sea, que lo que no se sabe pronunciar es impronunciable, no fruto de la ignorancia. Más arriba aún, la ceniza que escupió Eyjafjalla logró cerrar el espacio aéreo de media Europa. Los políticos se miraban, sorprendidos. ¡Un volcán con millones de años tenía paralizados nuestros modernos aviones! ¡No nos permitía ir volando de un lado a otro! Y tuvimos que correr a los trenes, a los barcos, a los coches… era como si el mundo retrocediese sesenta años.

Qué pena que en ese salto al pasado no aprovechásemos para ver qué nos sobra y qué nos falta en esta evolución imparable que nos conduce, sin duda alguna, hacia la autodestrucción. Hacia la nada. Y entonces, en ese nuevo mundo, Eyjafjalla volverá a escupir lava, esta vez en señal de victoria.