En la muerte no hay poesía



En la muerte no hay poesía. Ni belleza. Ni bellas palabras de despedida. Sólo una prosa áspera. Dura. Llena de vacío y de silencio.

En la muerte no hay épica. No hay rastro de heroísmo ni ejemplos a seguir. Sólo instinto de supervivencia que nos obliga a agarrarnos a la luz, a la vida.

En la muerte no hay esperanza. No hay sueños ni paraísos esperándonos. Sólo oscuridad. Oscuridad, vacío y silencio.





La muerte no dialoga. No negocia. Es una puta que te ataca por la espalda.

La muerte nunca llega en buen momento.  No espera ni avisa. Simplemente, baja la persiana.

La muerte no nos hace mejores. Ni peores tampoco. No nos condena al olvido, pero tampoco nos garantiza ser recordados eternamente. No nos hace más queridos para siempre, ni tampoco más odiados. Eso nos lo ganamos en vida.

La muerte.

Una silla vacía. Mil preguntas sin respuesta. Una partida de cartas incompleta. Una conversación a medias.

Oscuridad y vacío.

Silencio.

La nada.





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