Tenemos miedo al silencio. Ya no existe en nuestras vidas. Entre móviles ruidosos, coches, gente que habla por la calle con unos cascos puestos, vuvucelas televisivas, lloros, gritos, ruido, música... ya no queda espacio para el silencio. Escuchaba el otro día a un filósofo que no es algo casual, que el silencio nos asusta porque nos obliga a pensar. El último ejemplo es el de los entierros, donde el silencio solemne y emotivo ha sido sustituido por aplausos masivos. O los famosos minutos de silencio, que nunca duran más de 20 segundos.
Y al echar la vista atrás descubro que es verdad, que ya no quedan en las ciudades rincones diseñados para el silencio, para la soledad elegida. Todo es sonido, distracción, movimiento... Apenas algunos héroes modernos, como S., diseñan sus propios espacios silenciosos y la gente les observa como a bichos venidos de otro planeta.
¿Dónde quedó la quietud? ¿Quién nos robó el silencio? ¿El placer de sentarnos a leer en un parque sin que nada nos moleste? ¿Qué es lo que tanto nos asusta?
Ayer hice la prueba. Un minuto de silencio. Escuché mis pensamientos por primera vez en mucho tiempo, y la verdad es que tuve miedo de lo que vi. De pronto lo entendí. A veces es mejor no pensar demasiado, dejarse llevar por esta corriente que nos arrastra por el río de la vida sin saber muy bien hacia dónde ni porqué. Un minuto de silencio. Eterno, desconcertante, iluminador. Hagan la prueba.
1 comentario:
Una vez me di cuenta de lo que cuentas y decidí enfrentarme a él. Ahora trabajo en una ciudad con todos sus ruidos y al terminar, me retiro a mi aldea a escuchar, a lo sumo, algún mugido.
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