Pero si uno echa la vista atrás pronto descubre que esto no es más que una mota de polvo en nuestra historia. Que crisis, de las de verdad, las ha superado el ser humano, y lo ha hecho gracias a la comunicación –a la de verdad- y la cooperación, dos valores que hoy brillan por su ausencia.
Viene esto a cuenta por una historia que leí el otro día, una teoría evolutiva basada en evidencias científicas y presentada hace unos años por un profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Illinois, Stanley H. Ambrose. Según contaba Ambrose, para conocer una auténtica crisis del ser humano hay que remontarse 75.000 años atrás, cuando se produjo lo que se conoce como "cuello de botella de población".
Evidentemente, pocas plantas y animales indonesios sobrevivieron a este hecho… pero la erupción fue mucho más allá, y se han hallado rastros de ella a miles de kilómetros del lugar. Este supervolcán lanzó al aire tal cantidad de ceniza que provocó un invierno de más de 6 años, cambiando el orden natural que existía en aquel momento. Muchas especies desaparecieron de la faz de la tierra… y el hombre estuvo a punto de seguir ese camino.
Según rastros hallados en el ADN, apenas quedaron entre 1.000 y 2.000 seres humanos, todos concentrados en algún punto de África, y sólo sobrevivieron gracias a su capacidad de cooperar y de comunicarse, de trabajar en equipo al fin y al cabo. Cuando pasó lo peor y pudieron volver a ver el cielo, comenzaron a extenderse por otras zonas, y de esos pocos descendemos todos hoy.
Eso sí que fue un cambio climático a escala planetaria. Aquello sí que fue una crisis. Así que quizás deberíamos pensar un poco más y ser conscientes de que no somos más que un grano de arena en la playa de la evolución. Y es posible que un día desaparezcamos, sí, y a nadie le importará demasiado. Porque la vida seguirá sin nosotros.