Una mañana de primavera...


Una mañana abrí los ojos. Podía haber sido como cualquier otro despertar, perezoso, lento, suave y silencioso. Pero nada más sentir el primer rayo de luz atravesando la ventana supe que aquél era diferente, singular, el primero de muchos más que estaban por llegar.

No, no me pregunten por qué, porque no tengo la respuestas. Simplemente lo supe.

De pronto, recordé cuáles son las cosas que realmente importan en la vida y vi que estaban donde tenían que estar. De pronto, me sentí tranquilo, orgulloso de un camino extraño con rincones aún por explorar. De pronto, me sentí contento por no rehuir las puertas que se van abriendo, por saber que las cosas cambian si uno se empeña lo suficiente. Que de los peores rincones surgen destellos de esperanza y de futuro.



De pronto. Sin saber por qué. Una mañana cualquiera de primavera. Viendo que la reconstrucción va por buen camino. Paladeando el reencuentro. Sabiendo que las cosas más sorprendentes pueden ser reales. Que nada es lo que parece y que al final todo encuentra su sentido. Consciente. Lúcido. Dispuesto a tomar las riendas, una vez más. A dibujar el camino del futuro. Convencido, de nuevo, de que hay que soltar lastre para seguir avanzando.

Seguro de que sólo se ve bien con el corazón porque las cosas esenciales son invisibles para los ojos.

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