
Y como cada otoño el año se asoma ya con timidez a su final. Cuando acabe, entre el frío, las buenas intenciones y las luces que nublan nuestro juicio y nos empujan al consumismo salvaje, 2009 será sólo un número más, el pasado, otro año que se acaba y pasa por derecho propio al catálogo de nuestra memoria. Pero el presente, ése que pasa a toda velocidad mientras soñamos con un futuro que en realidad nunca llega, nos reclama con sus colores de otoño tardío. Y para mí así pasan los años, de otoño a otoño, sin uvas ni campanadas, sin nieve ni reyes magos. Con un fin de año anunciado simplemente por los árboles rojizos.
Llego a ese otoño con una mirada distinta, nueva, más libre que nunca, más sosegado, más tocahuevos y más enamorado. Atrás quedaron tantas cosas como días, tanta gente nueva, tantos viejos amigos que siempre están ahí, tantos sueños cumplidos y otros tantos olvidados, tantos enemigos, tanto talento desperdiciado a mi alrededor, tantas tonterías y disgustos, tanta gente que pidió la cuenta... Sí, como todos, 2009 será en mis recuerdos un año especial y al mismo tiempo igual que el resto. Un fotograma más de una vida que te sorprende tras cada esquina. A veces para bien, a veces para mal. Pero siempre inesperada. Y eso, la verdad, es lo que la hace interesante.
PD. Descubro que a 34,4 años luz de nuestro maltratado planeta hay una estrella que se llama iota Persei. Nada especial, si no fuera porque la luz que emitió el día en que yo nací es la que ahora puedo contemplar en una noche clara de esas que tanto abundan en la dehesa extremeña.