Memoria y dignidad


En demasiadas ocasiones el tema de la memoria histórica --sorprendentemente en España esta expresión se refiere únicamente a la Guerra Civil y a la dictadura-- se aborda desde un punto de vista exclusivamente político, algo que, por otra parte, en este país todavía llamado España ocurre con demasiados temas (hasta con el fútbol, si me apuran). Que si los fascistas golpistas fusilaron a mucha gente, que si los rojos mataron muchos curas y quemaron las iglesias, que si tu problema es que eres muy derechas y por eso no te gusta, que si el tuyo es que eres muy de izquierdas y por eso quieres remover el pasado y distraer la atención...

Y es entonces, cuando la saturación había hecho que dejases de escuchar, cuando un día cualquiera te sientas en torno a una mesa con una pareja de señores, Andrés y María, que ya han visto pasar 90 primaveras ante sus ojos. Y son ellos los que te abren los ojos y la mente, los que te recuerdan la historia de una madre que día tras día lloraba pidiendo que le dejaran enterrar a su hijo. Son ellos, con su mente clara a pesar del imparable paso del tiempo, quienes te recuerdan que tras cada muerto de uno y otro bando hay una familia. Una madre, unos hermanos, a veces hijos y sobrinos...

Estos dos señores quieren recuperar los restos de su primo Juan, cuyo cadáver Andrés vio tirado en mitad del campo en una finca por la que, además, tenía que pasar día tras día para ir a trabajar. Lo piden, casi lo imploran, porque les gustaría enterrar a Juan antes de que a ellos se les consuma la vida. “Y no creo que aguante un año más”, asegura con resignación María. Los tres hermanos de Juan, emigrantes como tantos otros en Extremadura, también soñaron toda su vida con poder asistir a ese ansiado entierro. Para uno de ellos ya no será posible, pero los otros dos aún mantienen la esperanza.


Ésta es sólo una historia más, la de Andrés, la de Juan, la de María, y también la de Aniceto, el sobrino que encabeza la batalla. Pero hay muchas más historias, de uno y otro bando, de gentes olvidadas que se vieron envueltas, la mayoría sin comerlo ni beberlo, en una guerra que dejó atrás, como todas las guerras, un reguero incontable de viudas, huérfanos y víctimas.

En las voces de Andrés y María no se escucha la palabra venganza. Sólo justicia. Sólo dignidad. Porque la memoria es algo que, por muchos que algunos se sigan empeñando, no se puede ni se debe borrar. Porque no hablamos de juzgar, de acusar ni de abrir viejas heridas, sino de cerrarlas. De permitir que los muertos reposen en paz y que los vivos puedan descansar al fin.

Hay quien le pide a personas como éstas que olviden, que dejen atrás un pasado terrible. ¿Pero por qué alguien tiene que olvidar lo visto, lo vivido... lo sufrido? Porque en realidad no se pretende que olviden, sino que callen. Dejar pasar el tiempo hasta que Andrés, María, Aniceto y tantos otros ya no estén aquí, hasta que no quede nadie que recuerde, nadie que lleve flores frescas a la tumba de Juan, nadie, en fin, que se acuerde de que Juan un día fue un joven lleno de ilusiones que se vieron truncadas el día que un hombre decidió pegarle un tiro.

Algunos me dirán, de hecho me lo dicen, que también los de izquierdas mataron a mucha gente y cometieron barbaridades. Lo sé, y soy consciente de ello. Soy consciente del horror de la guerra. He visto la muerte dibujada en las pupilas de un niño, el odio en la mirada de un adulto, el ansia de venganza del hermano de una mujer violada. Soy consciente de la guerra, y también de lo que deja tras de sí.

La diferencia es que la gente que fue asesinada por los republicanos, muchos de ellos también personas inocentes, fue dignamente enterrada, y tiene lápidas o placa recordando sus nombres... mientras que los asesinados por los nacionales continúan apilados en fosas comunes repartidas por toda Extremadura.

Para eso se aprobó la llamada ley de memoria histórica, y para eso la Junta de Extremadura puso en marcha un proyecto en este mismo sentido. Pues bien. Ahora ha llegado el momento de actuar, de dar un paso al frente y demostrar que todo esto no es sólo una cortina de humo mediática, una distracción. 

Se conoce la zona donde está la fosa en la que reposan Juan y al menos otras diez personas. Es una finca privada cuya dueña se niega a que se busque la fosa. Seguramente tenga sus razones para hacerlo, pero lo cierto es que la ley está de parte de la familia de Juan. Y habrá a quien no le guste esta ley, pero ahora mismo es la que hay. A mí tampoco me gustan muchas leyes y me tengo que aguantar, porque eso es lo que hay y porque nuestra imperfecta democracia sólo permite que los ciudadanos demos nuestra opinión una vez cada cuatro años.