Los colores del otoño

El otoño es color. Es melancolía. Es la promesa de más sueños incumplidos. Es frío. Es un puente que se esconde tras la niebla. Es una mirada nueva sobre el mundo. En la carretera de Lisboa el verde domina y el campo ríe agradecido tras la llegada de la lluvia. Junto al río que aparece y desaparece los árboles se tiñen de rojos y amarillos. S. cumple una castaña más y nos regala gente interesante en una ciudad luminosa que nos une. Porque ella, con su mirada curiosa y su risa sincera, alejada ya de viejas preocupaciones sin sentido, se dedica a eso: a regalarse sin remilgos.


Y como cada otoño el año se asoma ya con timidez a su final. Cuando acabe, entre el frío, las buenas intenciones y las luces que nublan nuestro juicio y nos empujan al consumismo salvaje, 2009 será sólo un número más, el pasado, otro año que se acaba y pasa por derecho propio al catálogo de nuestra memoria. Pero el presente, ése que pasa a toda velocidad mientras soñamos con un futuro que en realidad nunca llega, nos reclama con sus colores de otoño tardío. Y para mí así pasan los años, de otoño a otoño, sin uvas ni campanadas, sin nieve ni reyes magos. Con un fin de año anunciado simplemente por los árboles rojizos.

Llego a ese otoño con una mirada distinta, nueva, más libre que nunca, más sosegado, más tocahuevos y más enamorado. Atrás quedaron tantas cosas como días, tanta gente nueva, tantos viejos amigos que siempre están ahí, tantos sueños cumplidos y otros tantos olvidados, tantos enemigos, tanto talento desperdiciado a mi alrededor, tantas tonterías y disgustos, tanta gente que pidió la cuenta... Sí, como todos, 2009 será en mis recuerdos un año especial y al mismo tiempo igual que el resto. Un fotograma más de una vida que te sorprende tras cada esquina. A veces para bien, a veces para mal. Pero siempre inesperada. Y eso, la verdad, es lo que la hace interesante.

PD. Descubro que a 34,4 años luz de nuestro maltratado planeta hay una estrella que se llama iota Persei. Nada especial, si no fuera porque la luz que emitió el día en que yo nací es la que ahora puedo contemplar en una noche clara de esas que tanto abundan en la dehesa extremeña.

Memoria y dignidad


En demasiadas ocasiones el tema de la memoria histórica --sorprendentemente en España esta expresión se refiere únicamente a la Guerra Civil y a la dictadura-- se aborda desde un punto de vista exclusivamente político, algo que, por otra parte, en este país todavía llamado España ocurre con demasiados temas (hasta con el fútbol, si me apuran). Que si los fascistas golpistas fusilaron a mucha gente, que si los rojos mataron muchos curas y quemaron las iglesias, que si tu problema es que eres muy derechas y por eso no te gusta, que si el tuyo es que eres muy de izquierdas y por eso quieres remover el pasado y distraer la atención...

Y es entonces, cuando la saturación había hecho que dejases de escuchar, cuando un día cualquiera te sientas en torno a una mesa con una pareja de señores, Andrés y María, que ya han visto pasar 90 primaveras ante sus ojos. Y son ellos los que te abren los ojos y la mente, los que te recuerdan la historia de una madre que día tras día lloraba pidiendo que le dejaran enterrar a su hijo. Son ellos, con su mente clara a pesar del imparable paso del tiempo, quienes te recuerdan que tras cada muerto de uno y otro bando hay una familia. Una madre, unos hermanos, a veces hijos y sobrinos...

Estos dos señores quieren recuperar los restos de su primo Juan, cuyo cadáver Andrés vio tirado en mitad del campo en una finca por la que, además, tenía que pasar día tras día para ir a trabajar. Lo piden, casi lo imploran, porque les gustaría enterrar a Juan antes de que a ellos se les consuma la vida. “Y no creo que aguante un año más”, asegura con resignación María. Los tres hermanos de Juan, emigrantes como tantos otros en Extremadura, también soñaron toda su vida con poder asistir a ese ansiado entierro. Para uno de ellos ya no será posible, pero los otros dos aún mantienen la esperanza.


Ésta es sólo una historia más, la de Andrés, la de Juan, la de María, y también la de Aniceto, el sobrino que encabeza la batalla. Pero hay muchas más historias, de uno y otro bando, de gentes olvidadas que se vieron envueltas, la mayoría sin comerlo ni beberlo, en una guerra que dejó atrás, como todas las guerras, un reguero incontable de viudas, huérfanos y víctimas.

En las voces de Andrés y María no se escucha la palabra venganza. Sólo justicia. Sólo dignidad. Porque la memoria es algo que, por muchos que algunos se sigan empeñando, no se puede ni se debe borrar. Porque no hablamos de juzgar, de acusar ni de abrir viejas heridas, sino de cerrarlas. De permitir que los muertos reposen en paz y que los vivos puedan descansar al fin.

Hay quien le pide a personas como éstas que olviden, que dejen atrás un pasado terrible. ¿Pero por qué alguien tiene que olvidar lo visto, lo vivido... lo sufrido? Porque en realidad no se pretende que olviden, sino que callen. Dejar pasar el tiempo hasta que Andrés, María, Aniceto y tantos otros ya no estén aquí, hasta que no quede nadie que recuerde, nadie que lleve flores frescas a la tumba de Juan, nadie, en fin, que se acuerde de que Juan un día fue un joven lleno de ilusiones que se vieron truncadas el día que un hombre decidió pegarle un tiro.

Algunos me dirán, de hecho me lo dicen, que también los de izquierdas mataron a mucha gente y cometieron barbaridades. Lo sé, y soy consciente de ello. Soy consciente del horror de la guerra. He visto la muerte dibujada en las pupilas de un niño, el odio en la mirada de un adulto, el ansia de venganza del hermano de una mujer violada. Soy consciente de la guerra, y también de lo que deja tras de sí.

La diferencia es que la gente que fue asesinada por los republicanos, muchos de ellos también personas inocentes, fue dignamente enterrada, y tiene lápidas o placa recordando sus nombres... mientras que los asesinados por los nacionales continúan apilados en fosas comunes repartidas por toda Extremadura.

Para eso se aprobó la llamada ley de memoria histórica, y para eso la Junta de Extremadura puso en marcha un proyecto en este mismo sentido. Pues bien. Ahora ha llegado el momento de actuar, de dar un paso al frente y demostrar que todo esto no es sólo una cortina de humo mediática, una distracción. 

Se conoce la zona donde está la fosa en la que reposan Juan y al menos otras diez personas. Es una finca privada cuya dueña se niega a que se busque la fosa. Seguramente tenga sus razones para hacerlo, pero lo cierto es que la ley está de parte de la familia de Juan. Y habrá a quien no le guste esta ley, pero ahora mismo es la que hay. A mí tampoco me gustan muchas leyes y me tengo que aguantar, porque eso es lo que hay y porque nuestra imperfecta democracia sólo permite que los ciudadanos demos nuestra opinión una vez cada cuatro años.

Censura en el país de los muertos

Las malas noticias proliferan. Será por el frío. Será porque la Gripe A no hace lo que de ella se espera (aparte de generar muchos beneficios a determinadas empresas). Será porque el otoño, por fin, decidió ocupar su lugar en el mundo. Y en este país nuestro, en apenas una semana, por desgracia, habremos olvidado la figura centenaria e inmortal de Francisco Ayala. Y el trabajo, que ahí queda para siempre, de José Luis López Vázquez.

Y es normal. Supongo. Porque, claro, es mucho más importante que sepamos qué ocurre dentro de la finca de un torero cateto que se hizo famoso porque las mujeres le tiraban bragas en el ruedo. Porque, claro, es vital que nunca olvidemos el acento pijo hasta el ridículo de un tal Ricardo Costa. Y claro, es normal, tenemos que estar atentos a todos esos asquerosos casos de corrupción que un día sí y otro también nos hacen desayunar con una arcada contenida.

Pero lo que me tiene impresionado estos días es que esos mismos que viven de la burocracia, que viven de lo que NOSOTROS les pagamos, ha decidido que la película Saw VI debe ser calificada como 'X' por su extrema violencia. Eso supone que sólo se podría ver esa película en los escasos cines porno que aún subsisten en este país todavía llamado España.



Y me llama la atención esa decisión hipócrita porque se ha producido:

--en un país donde más del 30% de la población se descarga contenidos ilícitos de internet, incluida esa película y gran cantidad de porno;





--en un país en el que se vende sin ningún control un juego de ordenador en el que se pueden contratar los servicios de una prostituta y luego matarla para robarle el dinero (GTA);



--en un país en el que los telediarios comercian con la miseria en imágenes (recuerdo a Irene Villa, recuerdo el 11-M y también el 11-S, y tantos muertos cuyo rostro ha aparecido en la pantalla sin más sentido que el morbo);

--en este país donde emiten cada día en horario infantil una serie (que por cierto me encanta) en la que un perro que habla intenta acostarse con su dueña;

--y en ese mismo horario aparecen pseudoperiodistas que rozan los límites entre la inteligencia humana y la de los monos hablando y gritando de cosas que ni entiendo;

--un país en el que una de las series de éxito presentaba un héroe que se dedicaba al tráfico de drogas y mataba, entre otros, a su propio hermano y al de su novia... pero, eso sí, estaba muy bueno.

En fin. Que al menos siempre nos quedarán las novelas de Francisco Ayala, la poesía de Pedro Salinas, los relatos de Borges, la prosa de García Márquez... porque la simple realidad, en demasiadas ocasiones, simplemente da asco.

PD. Me encantaría ver una entrevista al señor /a que ha tomado esta decisión, aunque sólo sea para verle la cara. Porque hay que ser imbécil a estas alturas...